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Melodía del amor

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Blurb

Una pianista y un artista plástico de estatus diferentes. Distintas notas que se complementan para crear la más bella melodía. Pese a que sus diferencias serán su más grande enemigo; asimismo, el prejuicio, el clasismo y los malos entendidos.

“Mi corazón toca las teclas a la par con el tuyo; ambos se dejan llevar por esta melodía desenfrenada y traviesa.

¿Qué sucede cuando cada quien decide tocar su propia canción y no armonizar las notas?”

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Capítulo 1
Melodía desoladora Deja que las lágrimas limpien tu alma, deja que el tiempo traiga anestesia, para que el olvido sea tu sanidad y, entonces, te atrevas a amar. Esperando que no sea un vaivén de dolores, de un éxtasis momentáneo, de un ciclo de sin sabores. Tortuoso sonido que agita mi pecho, el piano obediente se deja guiar por mi doloroso desvelo. Suena la melodía, la música protagoniza la más vil de la agonía. El dolor que brota de mi maltratado corazón. Que con ahínco sufre el golpe duro de la traición. Toca, deja salir esa triste canción, libera la melodía, esa que te da desahogo, esa que calma el enojo. do re mi fa sol la si Toca, déjate envolver. si la sol fa mi re do Piano, obedece, regálame una melodía. Una que sane el desamor y prepare mi corazón. Lléname de tu música y enséñame, enséñame a tocar la melodía del amor. *** «Yo siempre te voy a amar». Me despierto con esa frase en mi cabeza: "Yo siempre te voy a amar". Mentiras, estúpidas y dolorosas mentiras. De un suspiro termino de despertar y entonces soy consciente de que estoy tarde. ¡Carajo! —¿Estás segura de que es eso lo que vas a estudiar? —Su pregunta provoca que lo mire con el ceño fruncido. Contemplo con desafío su mirada azul, esa que yo heredé. Él resopla entendiendo que no voy a discutir lo mismo otra vez, así que descarga su frustración con su hermosa cabellera castaña, que peina con brusquedad usando sus manos. Termino de desayunar con rapidez; hoy es un día importante en mi vida, y voy a ser impuntual porque otra vez ignoré el sonido de mis tres alarmas. Sí, suelo poner una en mi celular, las otras dos son relojes hechos con ese objetivo: despertar personas que se mueren durmiendo como yo. Vislumbro al señor Doncorvel levantarse de la mesa, con esa elegancia y porte de autoridad que lo caracteriza. Su presencia es lustre e impresionante. Con su traje costoso hecho a la medida, todo pulcro y ceñido de forma correcta. Se arregla el peinado que había arruinado minutos antes, para luego mirarme de mala gana; sí, está enojado por mi decisión. —Nos vemos en la noche. —Y esa fue su despedida. No es que espere un gesto cariñoso, como un beso o un abrazo; pero por lo menos una palmada. O tal vez, un: "Espero que todo te salga bien, hoy". No sé, cualquier cosa que no sea la fría y repetida frase de todos los días: "Nos vemos en la noche". Es como si la hubiese grabado para no molestarse en perder su valioso tiempo conmigo. Tomo mi mochila donde llevo mis cuadernos y las partituras que nos enviaron por correo electrónico para que la imprimamos. Donnor Art Academy es la academia más famosa y exigente del país, por tal razón, se requiere conocimiento previo antes de entrar; por supuesto, debes contar con una buena fortuna, los pagos son muy costosos. Pero como en todo lugar hay excepciones, ellos dan becas a personas con una habilidad fuera de este mundo, es decir, genios en el arte. —Hola, tu padre me pidió que te acompañe a la academia. —¡Perfecto! Esto sí que es el colmo. —¿Me estás jodiendo? —Deja ese vocabulario, Amber. —Y tú deja de tratarme como si fueras mi padre. En primer lugar, no necesito un chófer. En segundo, hablo como me dé la gana. ¿Qué? ¿Hoy sí tienes tiempo para botarlo conmigo? ¿Cuál es el caso de llevarme? —Representar a tu padre, soy su mano derecha. La rabia que me inunda en estos momentos es demasiada como para hacer estallar todo lo que llevo tragado. Ese idiota, ¿quién se cree? ¿Cómo una persona puede ser tan cínica, desgraciada e insensible? ¿Acaso no entiende el daño que su sola presencia me causa? Suspiro para que las lágrimas contenidas no me hagan quedar en ridículo. —¡Vete al diablo, cabrón! —¡Te dije que dejes ese maldito vocabulario! —Me quedo atónita ante su estallido. —No, porque maldecir es un buen vocabulario. Vete al diablo, imbécil. —Amber, te vienes conmigo. —Me sostiene por el antebrazo con posesión. —Contigo no voy ni al puto infierno, que es donde tienes tu sede. Eres un demonio maldito. Quita tus sucias garras de mí, imbécil. —¿Podrías dejar de ser tan infantil? Solo cumplo las órdenes de Gerónimo, no es que para mí sea muy agradable tener que soportarte. Y esas son las palabras claves para destrozarme. No quiero llorar, no debo hacerlo. Juro que estoy luchando por retener mis lágrimas, pero duele. —No te torturo más con mi presencia, señor perfecto. ¡Ya, suéltame! No me escucha, solo abre la puerta del vehículo y me tira allí, entonces le pone seguro desde afuera. Por más que pateo la puerta, esta no cede. —¡Qué infantil! Tal vez si te esforzase por madurar, las cosas entre nosotros cambiaran. Bien... Esto es demasiado. —¿Quién te dijo que yo quiero que las cosas entre nosotros cambien? Mientras más lejos, mejor. Yo de ti no quiero ni espero nada. —¿A quién quieres engañar? Es obvio que todavía te mueres por mí, yo también te quiero, pero debes madurar y ser más obediente. Idiota, mil veces imbécil. —¡Qué iluso! Yo de ti... —Me interrumpe cuando detiene el vehículo de golpe, entonces sale del auto, abre la puerta y entra a los asientos traseros. ¡Qué demonios! —Admítelo, ese odio es mero despecho. Si quieres podemos volver, pero ya sabes, debes dejar esa estúpida idea de querer estudiar música, comportarte como una persona de tu clase y ser más... ¿Cómo lo diría? —¿Más perra? ¿A eso te refieres? Te entregué mi virginidad, aunque no me sentía segura haciéndolo; yo... siempre era la que cedía, la que te buscaba, a la que no le importaba darlo todo. Imbécil, si no eres capaz de aceptarme... —Me está besando. Sé que debo detenerlo, en verdad, lo entiendo. Pero... He extrañado tanto sus labios, su aliento, su fiereza. Yo... —¿Ves que todavía me amas? —susurra sobre mis labios, mas yo me he perdido en su mirada gris. Me aferro a su cabello dorado y vuelvo a besar esa boca que tanto me enloquece. Pero... —¡Maldita loca! —grita del dolor mientras se limpia la sangre, que le brota de la herida en el labio inferior. Por mi parte, estallo en carcajadas por lo estúpido que se ve. Mi arrogante y jodidamente apuesto ex novio, cortado por mi rústica mordida, está tan rojo que temo que estalle en cualquier momento. —Eso es una advertencia, Anthony. No vuelvas a tocarme. Tú ya no significas nada para mí. Y jamás dejaría lo que me apasiona por un hombre, y mucho menos por una bestia como tú. No dice nada. Está tan enojado que las palabras no le salen. Es su ego lo que le he pisoteado, ese idiota no volverá a humillarme de nuevo. Sale del auto echando pestes, en cambio yo saco mis audífonos y pongo mi música favorita, la cual canto a todo pulmón para cabrearlo más. Llegamos a la academia al fin, una última mirada asesina del rubio por medio del espejo y atino a enseñarle mi dedo corazón. Esta parte de mí es nueva, digamos que mi ex saca lo peor de mi persona. Cuando por fin quita el seguro de niño, salto del auto como si este estuviese en llamas. No lo espero, no necesito a ese pedante a mi lado. —¡Espérame, Amber! —Lo ignoro. Continúo caminando como si no lo conociese, sonriendo con timidez a las miradas coquetas de algunos chicos. Puede que con Anthony me comporte desinhibida y como una loca, no obstante, delante de los demás sigo siendo la chica temerosa y recatada, que debe comportarse gracias a su apellido. Mucho bla, bla, bla en la oficina del decano. Siento náuseas ante lo ridículo que es esto. Mi papá siempre tiene que arruinarme la vida. Fastidiada, decido entretenerme con la vista en la ventana de cristal. Es mejor ver a los estudiantes entrar y salir a tener que prestarle atención a esta estupidez. Se supone que yo tendría el control de todo y que este cambio en mi vida sería liderado por mí. —No se preocupe, señor Lashtom. La señorita Doncorvel tendrá un trato especial, tal y como se merece una joven de su clase. —Y es así, como vida es condenada por la soberbia de papá. Me despido como se espera de mí: cortesía, sonrisa amable e hipocresía. ¡Por fin, libre! —Ya sabes, Amber. —El idiota me sostiene por la muñeca para ganar mi atención—. Compórtate. Que Gerónimo te permita estudiar esta basura no significa que andarás de tu cuenta. —Paciencia... —mascullo para calmarme, aunque estoy segura de que el lambiscón me escuchó—. No soy una niña, deja de tratarme como si fuera una adolescente. Soy una mujer adulta, tomo mis propias decisiones, me comporto como me dé la regalada gana y no necesito que ustedes se metan en mi vida. Tuviste tu oportunidad, Anthony. Creo que debo ser agradecida de la vida, por abrirme los ojos de quién eres en realidad. —Amber, hablas como si yo fuese el culpable. La poca mujer fuiste tú, esa fue la razón de... No dejo que termine. No quiero escucharlo, no. No quiero revivir esa escena que me hizo tanto daño. Esta vez las lágrimas mojan mis mejillas... ¡Esto es tan humillante! Quiero escapar, necesito alejarme de este patán. ¿Mi culpa? ¿Poca mujer? Corro con desesperación, lejos de él, lejos de quién una vez fue mi gran y primer amor.

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