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Esclavo Sexual

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Blurb

Lion, Hank Sam son amigos desde los tres años. A los cinco años, la madre de Sam muere en un accidente, al mismo tiempo que la familia de Lion se va al extranjero. A los ocho años, Sam es abandonado por su padre, y acogido por la familia de Sam, hasta que entra a la universidad. Sam busca trabajo y encuentra uno en un restaurante-bar, donde conoce a Calix, un chico mayor que él, que estudiaba en segundo año de la misma universidad. Sin embargo, el padre de Sam está tan endeudado, que deja a su hijo como prenda de pago, en manos de unos maleantes. Por lo que Sam debe buscar un trabajo mejor remunerado. El dato de una amiga lo lleva a una casa de un extraño millonario. Su nuevo jefe le hará hacer cosas impensables, por una buena cantidad de dinero.

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Capítulo 1: Un Pasado, Un Presente.
Lion, Hank y Sam se conocían desde que eran niños. Lion era un chico rubio, de ojos celestes. Hank tenía el cabello negro, y los ojos pardos, y Sam era de cabellos castaños, y ojos verdes. Eran vecinos del mismo vecindario, y amigos de infancia. Los chicos jugaban a diario, desde que tenían tres años. Eran familias unidas, las cuales se conocían bastante bien. Sin embargo, todo cambió cuando al cumplir los cinco años, la madre de Sam muere en un accidente, dejando a su único hijo al cuidado de su padre. Los años pasaron, y las cosas se complicaron para Sam. Al cumplir los ocho años, fue abandonado por su padre Roberto, quién después de la muerte de su esposa, decidió arrojarse al trago y las apuestas, dejando a su hijo desamparado. Al mismo tiempo, Lion es llevado al extranjero con su familia, para nunca más volver. Para la familia de Hank, quiénes conocían muy bien a Sam, decidieron quedarse con él. Y como se pudiera, darle educación, hasta que cumpliera la mayoría de edad. Durante esos largos años de vivir en casa de Hank, Sam comenzó a despertar fuertes sentimientos por su amigo, los cuales prefirió mantener en secreto. Sin darse cuenta de aquello, Hank continuó su vida normal, al lado de su amigo, teniendo una que otra novia, a diferencia de Sam, que sólo veía como su amigo era amado por otras. A los dieciocho años, los padres de Hank decidieron dejar libre a Sam, y que abriera sus alas al mundo. Una de las ventajas que tenía el chico, era su inteligencia y capacidad de aprender rápido. Por lo que se las jugó al cien por ciento, para lograr entrar a una buena universidad. Sin embargo, la beca sólo le cubría los primeros tres años, y era una carrera que duraría siete, por lo que debió cranearse para obtener dinero. Era sábado por la noche, Sam se encontraba en casa de Hank. Se quedaría ahí, hasta que pudiese encontrar un arriendo en algún departamento pequeño. El castaño estaba revisando la sección de trabajos, en el periódico. Estaba recostado boca abajo sobre la cama, mientras leía, encasillando los trabajos que podía hacer. —¿Qué haces?— le dijo Hank, colocandose encima dem él, apretando su espalda. —¿Qué crees que hago?. Estoy buscando trabajo— dijo Sam, leyendo—Debo buscar arriendo, y pagarme la universidad. Hank hizo un mohín. —Sabes que mis padres no te echarán— le dijo el pelinegro. —Lo sé, pero no puedo seguir aquí. Ya soy mayor de edad, y ellos han hecho suficiente por mí. Hank se acomodó sobre la espalda de su amigo, dándole un beso en la cabeza. —Mis padres te quieren, como sí fueras un hijo más. Y yo soy tú hermano— le sonrió. Sam también le regaló una sonrisa. Aunque en su interior deseaba que Hank lo viera como algo más que su hermano. Suspiró. —¿Estás bien?— le preguntó el pelinegro, algo preocupado. —Sí, es sólo que estás un poco pesado. Mejor bájate— le pidió. Hank se salió de la espalda de su amigo, y se acomodó a su lado. Lo quedó mirando. —Sam— le dijo, el chico lo miró—¿Por qué nunca has tenido novia?. Eres muy guapo, y en todos los años que te conozco, apenas te he visto con un par de chicas, y además nada serio. El castaño se quedó pensando. —En realidad, no busco nada serio. Encuentro que estar en una relación, es un tanto agobiante. Además que no te deja espacio a nada, y yo prefiero centrarme en estudiar. Y lo otro, es que dudo que me quede tiempo de algo, si necesito trabajar. Hank lo quedó mirando. No es que hayara lógica en lo que decía su amigo, pero tampoco tener novia era una condena. —Yo sólo digo que ere guapo. Y ahora que vamos a la universidad, pues deberías pensarlo. Ese será el templo del amor— le sonrió el pelinegro. Sam lo miró, con el ceño levemente fruncido. —Creo que mejor me quedo con la versión de estudios— le dijo el castaño. Hank rió. —Cada vez que te escucho, suenas a mí padre— dijo—Bien, lávate las manos, es hora de comer. Durante la cena, Sam se mantuvo con la mente volando en la nada. Trataba de ver las miles de posibilidades, para tener un trabajo rentable y que le diera bien en los tiempos, con la universidad. Hank lo observaba. —Y que tal va la búsqueda de trabajo— dijo la madre de Hank. —Encontré un par, así que iré mañana a ver— le sonrió Sam. —Mañana tienes clases— le dijo el padre de Hank. —Sí, pero mañana salimos temprano. Así que iré a ver. Terminaron de cenar. Dejaron todo ordenado y se fueron a sus habitaciones. En esos momentos llamaban a Hank por teléfono, era su novia Kemy. —Hola mí amor— dijo el pelinegro, mientras entraba a su habitación—Sí, yo también te extraño. Sí, mañana te veré en la uni— cerró la puerta. Sam se metió a su habitación, y cerró. Se lanzó a la cama, notoriamente triste. Sí bien sabía que su amigo era hetero, y lo debía aceptar, también era consciente de que dolía horrores no poder decir la verdad. En realidad lo que menos quería era perder a un buen amigo. Se tapó hasta la cabeza, tratando de centrarse mejor en sus problemas de trabajo, que el tema del amor. Se había autoconvencido que jamás sería un chico amado, pues su madre lo dejó, al igual que su padre. Y eso también dolía. —Que más da— se dijo, cerrando los ojos. A la mañana siguiente, la alarma del celular no dejaba de sonar. Sam abrió los ojos, con cero ganas de iniciar su nueva vida de universitario. Se levantó con la pereza encima, y se fue al baño. Se duchó con agua quitada de hielo, sólo para poder despertar. —Hoy tengo que conocer a su nueva novia. Y por más que traté de no verla, estoy jodido— pensó, mientras terminaba de ducharse. Salió del baño, con la toalla envuelta en la cintura. De pronto sintió un par de manos en su espalda. Le dio un ecalofríos. —Qué tal dormiste— le dijo Hank, asomándose sobre uno de sus hombros. —Creo que tuve un sueño tranquilo— le dijo Sam, tratando de alejarse de aquellas traviesas manos. —Bien, me iré a duchar. Desayunamos y salimos— sonrió Hank—Hoy conocerás a mí novia. —Sí, que emoción— le dijo Sam, con apenas una sonrisa. Minutos más tarde, los dos amigos salieron de la casa, y se dirigieron al camino que los llevaría al paradero. Ahí estaba Kemy, la novia de Hank. —¡Hola!— le saludó la chica. Le dio un beso a Hank, en los labios. —Hola hermosa— la saludó el pelinegro—Él es mí hermano del que te conté. —Hola— saludó cortésmente el castaño—Mí nombre es Sam. —Un placer— le sonrió Kemy. La chica tenía el cabello oscuro, unos llamativos ojos negros. Un busto bastante pronunciado, al igual que su trasero. Sam quería irse solo, pero debía hacerse la idea que todos los días serían así. Trató de calmarse, debía ser maduro, ya no era un niño que dependía de su amigo. Tomaron el bus de la universidad, que los pasaba a buscar. Sam se sentó al último, los otros dos juntos. —Hoy tengo que encontrar trabajo como sea— se decía, mientras leía el periódico. Iría a varios lados, a probar suerte, rogándole a Dios que le saliera algo pronto. Llegaron a la universidad. Kemy se fue a su salón, ella estudiaría abogacía. Hank para profesor de ciencias y Sam para gastronomía hotelera. El sueño del castaño era recibirse, y trabajar en el extranjero o cruceros. Nadie le había enseñado el arte de la cocina, pero sabía que su abuela era muy buena haciendo diferentes tipos de comida. A Sam le encantaban las clases, además que lo llevaban a otro mundo. Sólo tenía las clases básicas, que compartía en el mismo salón, con su amigo Hank. Estaban preparando unas masas, para hacer unos pasteles con sabor a durazno y frutilla. En equipos. Sam estaba con una amiga, con la cuál había estudiado en secundaria, quién también conocía a Hank. —¿Estás bien?— preguntó Korina, viendo el rostro de su amigo. —En realidad, no— le dijo Sam—Estoy tratando de buscar trabajo. Necesito arrendar, además de ahorrar para el cuarto año de la universidad. —Pero te pueden becar de nuevo— le dijo la chica—Eres inteligente. —Hay muchos más, y hay que ver sí me dan la beca. No me quiero confiar de eso, porque si no me becan, no podré seguir estudiando. Así que prefiero tener una carta bajo la manga. Korina lo quedó mirando. —¿Y Hank?— preguntó. —Nada, está con su nueva novia Kemy. Es linda y simpática, se ven felices— le respondió el castaño. —Y tú— le dijo la chica. Desde que los conoció en la secundaria, Korina se había dado cuenta de los sentimientos que tenía Sam por su amigo. El chico siempre le pidió discreción, por lo que nunca dijo ni opinó nada. —Nada, sólo soy y seré su eterno amigo— se rió Sam—Dejemos de hablar, y terminemos los postres. —Escucha Sam— le dijo la chica—Sí no escuentras un trabajo que te dé lo qué necesites. Yo te daré un dato. El castaño la quedó mirando. —¿Y por qué no me dices cuál es?. La chica vaciló. —Será la última opción— le dijo Korina. No siguieron hablando. Se concentraron en terminar los pasteles.

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