»Al poco tiempo —prosiguió el señor Brownlow tras un breve silencio—, me dirigí a la escena (usaré el término que se suele usar en estos casos, pues ya le da lo mismo la censura que la indulgencia) de su vergonzoso amor con el propósito, si mis temores se confirmaban, de proporcionar a aquella muchacha descarriada un hogar y un corazón que la ampararan y se compadecieran de ella. La familia se había marchado de aquella zona hacía una semana; habían saldado algunas deudas sin importancia que tenían pendientes y habían abandonado el lugar de noche. Por qué o hacia dónde, nadie lo sabía. Monks suspiró de alivio y miró alrededor con una sonrisa de triunfo. —Y entonces una mano más poderosa que la del azar… —continuó el señor Brownlow, arrimando su asiento al de Monks— quiso que su hermano, u