Samara, una joven de veintidós años, decidió viajar a los Estados Unidos para continuar con sus estudios en una de las universidades mas reconocidas; aquel cambio la dejó con el corazón roto, puesto que se vio con la obligación de dejar a sus padres junto con su hermano menor y su mejor amiga en Alemania, dicha situación le afectó de tal manera en no dejarla dormir por varias noches. No fue tarea fácil, no era sencillo reemplazar la ausencia por recuerdos de ellos y lo peor, que vagara por un sitio que no conocía ni en películas o revistas.
Por otro lado, sentía que se adaptaría tarde o temprano, ya que se consideraba una mujer estudiosa y en algún futuro cercano una excelente trabajadora, se veía como uno más de ellos. Conforme pasó el tiempo, fue acoplándose a las costumbres y gente de dicho entorno, hizo amigos en su centro de estudio y una de ellas vivía en la misma zona de su departamento que fue comprada con la plata enviada por sus padres, desde aquel entonces fueron los mejores momentos que pudo experimentar, todo iba a la suma perfección y la amistad entre aquella chica, cuyo nombre era Liz, iba profundizándose de a poco, claro, no olvidando a su mejor amiga.
Un día, Liz le propuso ir a la fiesta de un amigo para poder celebrar el primer semestre logrado, Samara al inicio se negó ante tal petición, puesto que no acostumbraba a las salidas nocturnas, sin embargo, luego de tantos ruegos por parte de la amiga, aceptó inocentemente sin saber el grado intenso que iba a traer dicha respuesta.
Una noche de locura, de bebidas y bailes descontrolados, las luces cumplían su función de ocultar los acalorados rostros, pero no las intenciones de aquella persona que estaba observándola desde una larga distancia, que con un cigarrillo en la boca y el encendedor en la mano fue planeando su primer cometido. No iba a derramar sangre, no, tampoco iba a actuar rápido, no...todo era a su debido tiempo. Como siempre pensaba, la paciencia hace al maestro.
Y nunca falló.