Al ver las cuentas, el señor Pancks empezó a mesarse los cabellos, y ya se había convertido en un auténtico puercoespín cuando el viejo señor Nandy volvió a entrar en la casita con aire de misterio para pedirles que fueran a ver la extraña conducta del señor Baptist, que parecía haberse encontrado con algo que lo había asustado. Los tres salieron a la tienda y, mirando por el escaparate, vieron al señor Baptist, pálido y agitado, haciendo cosas rarísimas. Primero lo vieron esconderse en lo alto de las escaleras de entrada a la Plaza, atisbar calle arriba y calle abajo con la cabeza pegada a la puerta de la tienda. Después del escrutinio, salió del escondrijo y caminó calle abajo como si quisiera marcharse; de repente, se dio media vuelta y regresó calle arriba al mismo paso. No había recor