Me vuelvo a ella bruscamente, acercándome un par de pasos y acorralándola en la pared, viendo que su fuerza de voluntad flaquea poco a poco. Apoyo el brazo contra la pared y me inclino hasta sentir su aliento chocar con el mío, sintiendo su cuerpo estremecerse por completo ante mi mera presencia. Veo que mi mirada la hace encogerse en mi sitio, pero no me detengo hasta enseñarle una lección, impulsado por el enojo que carcome cada una de mis células. —¿Crees que estoy siendo infantil? —hablo con burla—. Te enseñaré qué es ser infantil —sonrío con fingida satisfacción—. ¿Viste a esa mujer? Ella no responde. —Sí, la viste. La conoces —bisbiseo—. Esta noche va a estar en mi cama. Suelta el aire y hace ademán de escaparse, pero la sostengo del muro en contra de su voluntad, queriendo sac

