Creo que me he quedado paralizado, porque esa maldita sonrisa libidinosa que trae una amarga sensación a mi estómago, sigue brillando en contraste con la blanca nieve, aunque está por lejos de ser la más hermosa que he visto. De hecho, me parece horrenda, la más horrenda que vi alguna vez en mi vida. —¿Te comió la lengua el gato? —vuelve a decir, esta vez con tono burlón—. Apuesto a que no esperabas encontrarme por aquí. Aprieto los puños a mis costados, recomponiendo mi gesto y al mismo tiempo, evitando ver hacia donde están Leilah y su amiguito pegote, porque no quiero que a esa loca se le ocurra perseguirla por alguna razón. O peor, que quiera informarle de mi paradero. Y es que Jennifer Sanders es capaz de eso y más. —Nunca creí tener tan mala suerte como para encontrarte aquí en

