Una ola, una maldita ola interrumpe ese beso y para ser sincera lo agradezco. No sé en qué haya acabado si no nos detenemos. Caleb me sonríe y yo solo puedo tratar de asimilar lo que sucedió. —¿Quieres seguir en el agua o deseas que vayamos a descansar? —Me gustaría ir a descansar un poco, me preocupa tu herida. —De acuerdo, –concede–, pero hoy en la noche iremos a bailar. No soy bueno en eso pero tampoco se ha quejado la abuela. —Ella es demasiado dulce para quejarse. Caminamos fuera del agua y tomamos nuestras cosas para ir al hotel. Realmente solo quiero darme una ducha bien fría porque ese beso derritió hasta el último glaciar de culpa que flotaba por ahí congelando lo que siento. Cómo dije, haré feliz a Caleb y trataré de serlo yo también, antes de que todo se vaya al cara