Su esposa. —¿Dime que lo que acabas de decir es una broma? —Inquiere mi madre sentada en la silla detrás del escritorio en la oficina de mi padre mientras yo ocupo el sillón que mi padre uso por años para trabajar. —Creo que no escuche bien —secunda Lorenzo a su lado. Luego de llegar del cementerio, donde van a reposar las cenizas de mi padre en la cripta familiar, les pedí a ambos que me acompañaran a la oficina porque necesitaba comunicarles algo. —Helena, dime qué está pasando. Dejo escapar el aire ante el tono serio de mi madre. —Mamá… —Habla, no me tengas en la ignorancia, no soy estúpida, algo pasa porque hasta donde sé, no puedes casarte con alguien más porque ya lo estás. Estoy de acuerdo. —La esposa de Salvatore está viva—, confieso —por ende nuestra unión no es válida—.