Rafael Guerra se encontraba sentado en una silla de madera áspera en una celda oscura y lúgubre, iluminada apenas por la tenue luz que se filtraba a través de la pequeña ventana enrejada. El olor a humedad y suciedad impregnaba el ambiente, mientras el sonido de las ratas correteando por los rincones resonaba en sus oídos. Sus ropas estaban raídas y manchadas de sangre, evidencia de las brutales golpizas que había recibido desde que lo encarcelaron. Con la mirada fija en la pared frente a él, Rafael luchaba por mantener la calma mientras esperaba el próximo interrogatorio. Sabía que no podía dejarse llevar por el miedo o la desesperación; debía mantenerse firme y centrado si quería sobrevivir a esta pesadilla. Pero en lo más profundo de su ser, el miedo latía como un tambor constante, rec

