Cachondo Ella siempre me perteneció. Desde el momento que la reclamé en la boda cuando la conocí, fue mía. Saborear la victoria sabía bien, y más cuando esa victoria sabía a Becky, era exquisito. Bajé del auto. —Una apuesta es una apuesta —dije pedante. Ryley me miró desagradándole la idea de que perdió contra mí. —Entrégale —ordené. Su mirada asesina no decía nada bueno. Tardó en darme a Becky, lo cual me enojaba. Habíamos hecho una apuesta y él debería cumplirla. Pero ahora me estaba diciendo que no hubiera confiado en que él cumpliría con su parte que prometió. Sacó a Becky del auto y me la entregó. —Una apuesta es una apuesta —sonrió. Pero no le creí nada. Este no era de las personas que solo dejan las cosas como están. Ryley no era de las personas que se resignaban a perder. Ab