Martina no podía dejar de dar vueltas en la cama. No paraba de pensar en lo tonta que fue con Javier y la manera en la que lo trató.
Si antes la odiaba sin razón, ahora iba a ser peor. También se había ganado el odio de Inés, pero con ella iba a ser fácil arreglar las cosas. Además quedó muy mal con Nina y Esteban, quienes le estaban dando un lugar donde quedarse. Sentía tanta vergüenza que pensaba en volver a Italia y olvidarse del desfile.
Se levantó para tomar algo de la leche, eran las tres de la madrugada, pero vio que la luz de la habitación de Inés estaba encendida. Quizás se había quedado dormida, pero decidió tocar su puerta igual, tenía que arreglar las cosas con ella.
Un minuto después, la chica le abrió.
—¿Podemos hablar? —preguntó Martina.
La interpelada se corrió para dejarla pasar. Su cama estaba llena de papeles, apuntes y libros. Estaba estudiando un viernes por la madrugada, la verdad es que le parecía una locura, pero no dijo nada.
Inés ordenó el lugar para que pudieran sentarse y esperó a que la rubia fuera la primera en hablar.
—Tengo que admitir que siento un poco de vergüenza —expresó al final y soltó un suspiro—. Ayer me enojé porque creí que tu hermano había arruinado todo y saber que Federico fue quien lo provocó… bueno, juzgué mal a Javier.
—Mi hermano no es malo —comentó la morocha—. Solo es sobreprotector, pero si a mí no me molesta, a vos tampoco debería molestarte. Yo creo que no es para tanto.
—No me molesta, lo que pasa es que no entiendo cómo dejas que esté vigilándote todo el tiempo. Yo no tengo hermanos, quizás al ser hija única estoy acostumbrada a la soledad y a la independencia, pero creo que no dejaría que mi hermano me dirija la vida. Ni siquiera le doy ese derecho a mis padres —contestó la modelo. Inés se aclaró la voz y acomodó sus anteojos.
—Javi y yo somos muy unidos, creo que soy la única que conoce su lado tierno y divertido, bueno, mi mamá también. —Soltó una risa—. Es que él no suele ser muy abierto y me parece que esa forma de protegerme es su manera de expresarme cariño.
—¿Pero no te gustaría tener más libertad? —insistió Martina—. Digo, son las tres de la madrugada y estás estudiando. Deberías estar con tus amigos, yo hace un par de años, cuando tenía tu edad, me la pasaba de fiesta.
—Bah, a mí no me interesa mucho eso. Crecí rodeada de fiestas y reuniones de clase alta y ese mundo no es para mí. Mi hermano sí la pasa bien, pero yo lo odio —respondió y bufó—. Voy a tener en cuenta esto que me estás diciendo, sobre tener más libertad, pero estoy bien.
—Bueno, lo importante es que te sientas cómoda —replicó conteniendo un bostezo—. En fin, supongo que me voy a dormir. Una última pregunta, ¿qué puedo hacer para que Javier no esté enojado conmigo por la cachetada que le di?
Inés soltó una carcajada y se encogió de hombros.
—Está muy enojado con vos, debo decírtelo, pero creo que si le pagas una comida te va a perdonar. Él ama las pastas. —Le guiñó un ojo.
Martina esbozó una sonrisa y sonrió. Su padre le había enseñado a hacer unos fideos exquisitos, probablemente era buena idea preparar una cena para toda la familia y pedir disculpas de ese modo. Ya que su orgullo no le permitía ser sincera con las palabras, con los gestos le iba mejor.
Le dio las buenas noches a su acompañante y volvió a su cuarto. Ahora que estaba un poco mejor con Inés y que sabía la manera de que Javier la perdonara, pudo dormirse sin mucho problema.
El joven millonario se encontraba en su casa, jugando a los dardos con Ignacio y Damián, su otro amigo. Había dado en el blanco varias veces, sobre todo cuando pensaba en la maldita modelo que lo había golpeado sin explicaciones. Su enojo había aumentado mucho más, pero en realidad estaba furioso consigo mismo por no poder parar de pensar en ella.
—Javi, dejá de darle vueltas al asunto —manifestó Nacho clavando el dardo en la pared. Tenía muy mala puntería—. Se nota que la chica es una tonta, es rubia, linda, seguro se mata en el gimnasio y vive a base de lechuga. Es la típica hueca.
—No creo —dijo Damián entrecerrando sus ojos oscuros para apuntar al centro, aunque terminó desviándose bastante—. Lo que se nota es que es una histérica.
—Eso —expresó Javier señalándolo dándole la razón—. Es una loca, lo supe desde el momento en que la vi.
Ignacio y Damián se miraron entre ellos de manera divertida. Estaba claro que su amigo no podía parar de pensar en Martina, y si bien intentaba odiarla, era obvio que estaba tratando de ocultar que sentía algo por ella.
—¿Por qué estamos jugando a los dardos como si fuéramos unos viejos? —interrogó Nacho de repente—. Estamos desperdiciando nuestras vidas.
—Ya estamos entrando a los treinta —replicó Damián—. Me parece que es momento de sentar cabeza y ser más serios.
Javier lo miró con interés. ¿Desde cuándo el más payaso del grupo quería ser serio?
—Le propuse casamiento a Juli, ya tenemos cinco años de novios y creo que era el momento —continuó.
Ignacio silbó de manera incrédula y Javier esbozó una media sonrisa. Les sirvió un poco más de cerveza y alzó su vaso.
—Bueno, brindemos por eso.
—No, es que no aceptó —agregó Damián. Se produjo un silencio incómodo hasta que el muchacho no aguantó más y soltó una risa—. ¡Mentira! Sí, aceptó, ¡me voy a casar!
Los tres brindaron y festejaron esa noticia. Al menos, a uno de ellos le iba bien en el amor.