—¡Hola! —exclamó Martina desde lejos, pero Javier solo hizo un asentimiento de cabeza y siguió pegándole a la bolsa. ¿Por qué tiene que aparecer de repente?, pensó. Pasaron diez minutos y él no podía parar de observar cómo el entrenador coqueteaba de manera descarada con Martina. Era demasiado obvio y ella no se quedaba atrás con sus sonrisitas y su simpatía. —Maldito baboso —masculló por lo bajo al notar que el tipo le estaba manoseando los glúteos, haciendo de cuenta que hablaba de los músculos que estaba trabajando. No paraba de hacer ejercicio sin dejar de verla, levantaba las pesas con cara de amargado y los ojos entrecerrados, ni siquiera prestaba atención a lo que estaba haciendo y sus amigos no paraban de reír a su lado. —Está hipnotizado —comentó Ignacio—. ¿Lo sacamos del