Iven Vorg Empuño con firmeza el cabello de Hera, guiando su rostro con una determinación que no deja lugar a dudas. Ella abre la boca para mí, obediente, entregada, intentando adaptarse al ritmo lento que le impongo al principio. Le doy tiempo para acostumbrarse, para sentir la intensidad que viene con cada movimiento. La observo con detenimiento, notando cómo cada uno de mis hermanos la contempla en silencio, atentos, inmóviles, como si el tiempo se hubiera detenido sólo para mirar cómo ella se somete a mis deseos. Deslizo mi mano libre por su blusa, el tejido cede sin resistencia bajo mis dedos hasta desgarrarse, dejándola expuesta, vulnerable. Su piel tiembla al contacto con el aire y su respiración se vuelve entrecortada. El sonido húmedo y ahogado que emite me provoca una oleada de

