Entro a la habitación y lo encuentro sentado en la orilla de la cama en ropa interior, lo que me hace abrir los ojos sorprendida.
—Sí lograste desnudarte, es probable que puedas ponerte la pijama —aseguro.
—No, no puedo —niega—. Las pijamas están en el closet —dice señalando la puerta.
—Tus manos están sanas —digo.
—Me duele la nariz cuando las muevo —gruñe.
Voy por la pijama y regreso.
—¿Puedes ponerte de pie? —le pregunto y asiente.
Primero le pongo el pantalón y después le pongo la parte de arriba que por suerte tiene botones, las manos me tiemblan un poco mientras los termino de abotonar intentando no tener contacto con su piel.
—Ya estás listo.
—¿En qué momento dejaste de hablarme de usted? —pregunta.
—Creo que después de tocarme de la manera que lo hiciste, era difícil
