—¿Señorita Montoya, le digo que regrese en otro momento? —preguntó la recepcionista. ¿Postergar su problema para otro día en el que tampoco estaría de buen humor? Ni pensarlo. —No, la recibiré ahora, que la escolten al salón de visitas —instruyó Isabella. —Entendido —respondió la recepcionista, y la llamada terminó. Isabella se levantó de su asiento, ajustó su vestido, enderezó su postura y salió de su oficina, al entrar al salón de visitas, la mujer que la esperaba la notó de inmediato. —Señorita Montoya —llamó Irene, con una sonrisa en los labios que estaba lejos de ser amable, aunque a Isabella eso no le importó en lo más mínimo—. Su imperio es bastante hermoso. Pequeñas charlas. Isabella rodó los ojos ante el intento tan obvio, hundiéndose en la silla frente a Irene y lanzándole

