Santiago agarra la ropa que sigue tirada en el suelo de la cocina y sale corriendo a toda velocidad hacia mi habitación, aunque primero me pregunta dónde queda. No puedo evitar reír mientras le señalo la puerta correspondiente. —¡Ya va! —grito al volver a escuchar a mis padres tocar con insistencia. Yo también voy hacia la pieza y me pongo un vestido rápido, como si no hubiera pasado nada. De paso corro al baño, me cepillo los dientes y me peino. Mi acompañante se empieza a esconder debajo de la cama, pero como no entra se mete en el armario. Lo saco de ahí matándome de risa silenciosa. —¿Querés que sepan que estoy acá? —interroga asustado. —¿Preferís estar metido ahí dentro durante horas? Si te llegan a agarrar ganas de ir al baño o estornudar, ¿qué hacés? ¡Solo decí que pasaste