Las piernas me tiemblan mientras salgo de la oficina y recojo mis pertenencias lo más rápido que puedo. Con una sonrisa de satisfacción que baila en mis labios, siento el cosquilleo que recorre todo mi cuerpo, como un recordatorio del placer exquisito que me acaba de entregar el endemoniado en bandeja de plata. Ahora mismo él debe estar retorciéndose de rabia, con deseo contenido y unas ganas tremendas de castigarme. Lo imagino, como todo jugador que no soporta perder, valorando sus opciones y pensando si exponerse un poco más ante mí sería una buena idea. El hecho de que se haya quedado tranquilo mientras yo salía de su oficina con toda mi calma, me avisa de que lo dejé fuera de onda. «¿Estará advirtiendo mis intenciones?». La realidad es que, de no hacerlo, me estaría decepcionando.