No sé cuánto tiempo pasa el maldito Demian torturándome. Mi cuerpo está sobreexcitado y el solo roce de las sábanas contra mi piel, en cualquier punto, me quema.
Los toques sutiles dejaron de presentarse y en su lugar, el vibrador se ocupó de suplir la ausencia. Más suave, más fuerte, más o menos tiempo de exposición; no sé cómo he podido aguantar tanto, aunque tampoco es que haya tenido más opción. El muy hijo de puta sabe exactamente en qué momento detener la vibración para que el orgasmo, cada vez mayor, pierda el impulso. Me está llevando al límite, demostrando con su forma retorcida, que yo no tenía idea alguna sobre su verdadero nivel de sadismo. Por momentos, una mano grande y caliente se pasea por mi espalda y hasta mis nalgas, palpando y sintiendo los espasmos de mi cuerpo neces
