Al otro día despierto gracias al olor a café y tostadas que hay en el aire. El lado de Esteban ya está frío y suspiro mientras me estiro en la cama. Agarro su camiseta y me la pongo a la vez que me quejo del dolor del cuerpo por lo bajo. Me duelen las piernas como si hubiera hecho una maratón… bueno, sí, convengamos que hice una maratón de puro placer. Me asomo por la puerta en silencio y veo a Esteban en la cocina mientras intento no reír. Está descalzo, con un short y sin camisa. Tiene la radio encendida y baila al ritmo de Torero de Chayanne. Creo que podría aguantar esto durante toda mi vida presente y vidas futuras. Me aclaro la voz para que se dé cuenta de que estoy detrás de él y se sobresalta. Se ríe y me acerco para darle un beso de buenos días que se prolonga demasiado, a