Esa noche León no pudo dormir, se revolvía en la cama de un lado a otro mientras su cabello se revolvía. —Demasiado largo —se quejó, pero por dentro no quería cortarlo—. Quizá en un mes más —dijo y se alegró de haber usado la nueva medida de tiempo que ya conocía gracias a sus maestras. Se levantó de la pequeña cama y el piso crujió bajo sus pies descalzos. Avanzó hasta llegar a la cocina y se bebió dos vasos de agua helada. Salió de la cabaña y miró alrededor. Sus ojos podían ver el bosque nocturno. Había pequeños copos cayendo, todo seco, las ramas crujían mientras se mecían a causa del gélido viento. No había animales afuera, no de los que se congelan con el frío del invierno. No había nieve en el suelo, está aún no se agolpaba y endurecía lo suficiente, por lo que solo dejaba una hu