—Tu casa es muy bonita—comentó Regina mientras se sostenía del cuello de Connor, ella no había tocado a otro hombre que no fuera su esposo, de solo recordarlo sintió dolor en el estómago. Esteban había sido muy cruel, abandonándola a su suerte, como si ella fuera un perro, ¿Cómo pudo ser tan malo?, ella le había dado todo y ahora se daba cuenta de que se había equivocado. ¿Acaso ella no fue buena con él?, ¿Acaso no le demostró cuánto lo quería?, se alegraba de no haber aceptado tener hijos, no se sentía lista para una responsabilidad tan grande, y se alegraba de que no hubiera lazos de ese tipo entre ellos, todos esos años juntos no valieron nada, y lo que fue peor, es que también le arrebató a su mejor amiga, Esteban la había dejado seca.
Pero ahora aquí estaba, abrazada de ese extraño, ese guapo caballero al que solo le había faltado llegar en un corcel, pero no debía emocionarse, él era mayor, él era inalcanzable, solo un hombre demasiado educado como para dejarla en el pavimento, si tan solo lo hubiera conocido antes o en otro tipo de circunstancia, si tan sólo ella fuera un poco mayor, o él un poco más joven, si tan solo ella fuer alguien.
—Gracias— dijo Connor tratando de no verla a los ojos, sentir su cuerpo y esa calidez, era algo… gratificante, no quería volverse loco tan rápido.
Entraron a la casa y una mujer los recibió con una enorme sonrisa, Regina pensó que era la tía de Connor, pero pronto salió de su error, esa mujer era el ama de llaves, ella creyó que las amas de llaves solo existían en las películas, pero ahora se daba cuenta de que la gente pudiente se permitía tener ese tipo de personal.
Regina no se decepcionó, el interior de aquella casa era hermoso, y solo estaban en el recibidor.
—Señor aquí esta la silla— dijo el chofer mientras ponía la silla a un costado de ellos.
Connor puso a Regina sobre aquella silla y sin querer sus rostros quedaron demasiado cerca, él la miró a los ojos y su mirada bajó directo a sus labios, tuvo pensamientos morbosos, quería besarla y morderla, tenía unas inmensas ganas de abrazarla y de hacerle el amor, había pensado mucho en eso durante los últimos días, quería verla hundida en placer por que estaba seguro de que ella se vería demasiado sexi.
Tal vez era por que no había tenido sexo en días, tal vez era por el estrés del trabajo, o tal vez era esa chica la que despertaba sus instintos más bajos, se apresuró a enderezarse y se aclaró la garganta, se sentía extraño, demasiado atraído hacia esa joven mujer, tal vez, su madre tenía razón cuando le decía: Cuando llegue la mujer indicada, lo sabrás. Jamás había deseado tanto a una mujer y sin duda, Connor había tenido muchas mujeres.
—Ella es Martha, y él es Roberto.
Regina miró al chofer y a la mujer que la veía con una sonrisa sincera. —Mucho gusto.
—Le preparé la habitación del primer piso —informó Martha.
Connor se posicionó en la parte trasera de la silla y la empujó para llevar a Regina hasta la habitación que sería la de ella.
Llegaron a una habitación muy grande con vista al jardín trasero, los ventanales eran grandes, todo estaba bien iluminado y limpio, había una cama, un closet y una mesa con un espejo, sobre la cama había bolsas de diferentes tiendas departamentales y en el suelo habia cajas de zapatos, parecían los regalos que alguien que recién cumplía años recibía.
—Esta será tu habitación, perdona si es muy pequeña, las habitaciones de invitados están en el segundo piso, pero no quiero que te esfuerces en subir las escaleras, así que por ahora dormirás aquí.
—Es perfecta — Dijo Regina mientras miraba el lugar, ella no la veía como una habitación pequeña, su departamento era casi del mismo tamaño.
—Una enfermera vendrá está tarde.
—No necesito una.
—Prefiero que la tengas—Aclaró Connor.
—Si se les ofrece algo estaré en la cocina, les avisaré cuando esté lista la comida — dijo Martha y salió de la habitación dejando solos a Connor y a Regina.
—Te compré algunas cosas, espero que te gusten, cuando te sientas mejor te llevaré de compras, para que elijas lo que sea de tu agrado.
—No debiste molestarte.
—Siempre dices lo mismo, no eres una molestia.
—Tu siempre dices lo mismo— dijo Regina.
—¿Cómo te sientes?.
—Mejor —Afirmó ella con una sonrisa. —¿Cómo estuvo tu cita?.
—Bien —respondió Connor, una cita de trabajo no tenía nada de emocionante.
—¿Es bonita?.
—¿Quién? —preguntó él confundido, se había perdido y ahora no sabía de qué hablaba ella.
—La chica con la que saliste—respondió Regina.
Connor entendió qué debió de haberse explicado desde antes, así que no pudo evitar sonreír. —No, no fue una cita sentimental, fue una cita de trabajo.
Regina sonrió y se sintió muy tonta, ella había sacado sus propias conclusiones y ahora quedaba como una idiota. —Yo creí que…
—No, no salgo con nadie, por el momento.
—¿No tienes novia?.
—No.
—¿Por qué?.
—Estoy ocupado, no tengo tiempo para eso, salía con alguien pero… ella se fue.
—A ya veo— dijo Regina sorprendida, sorprendida y feliz, no sabía por qué se sentía tan aliviada de escuchar aquello.
—¿Qué harás con tu esposo? —preguntó Connor mientras atravesaba la habitación para ir hacia uno de los ventanales, casi nunca tenía tiempo de admirar su jardín, así que quería echar un vistazo rápido.
Regina se quedó mirándolo, el modo tan elegante en el que caminaba, sus pasos parecían majestuosos. Ella ya había pensado en que hacer con Esteban, no valía la pena pelear por alguien que no la respetaba y que ni siquiera se había molestado en ir a verla aunque sea una vez al hospital. —Voy a divorciarme —respondió ella.
—¿Por qué te casaste tan joven?.
«Por estúpida». —Estaba enamorada, no pensé las cosas muy bien, jamás había tenido novio y él, él fue muy bueno conmigo los primeros años, mi madre era muy controladora, me sentía asfixiada y él me ofreció una salida, así que la tomé.
—Puedo ayudarte con el divorcio si quieres.
—Si, por favor.
Connor volteo a verla y asintió. —Dejaré que te instales, siéntete libre de usar lo que gustes— dijo y caminó hacía la salida.
—Gracias.
Se detuvo en la puerta y la miró de reojo. —No hay de que.
Salió de la habitación y Regina miró a su alrededor, se acercó a la cama y miró dentro de las bolsas, había ropa de todo tipo, cremas, maquillajes muy costosos y accesorios muy bonitos.
«¿Quién es este hombre?».
Ella jamás había conocido a alguien adinerado, así que era fascinante, no quería que él pensara que ella era una interesada, su dinero no era lo que más le llamaba la atención, era su modo de ser, siempre tan amable y educado, ¿Por qué un hombre como él, se veía tan sólo?.
Mientras Regina se cambiaba, Connor estaba en su despacho cuando una de las empleadas tocó a la puerta y entró.
—Señor, el señor Fits está en el vestíbulo.
—Hazlo pasar por favor.
La mujer salió y al poco rato un hombre enfundado en un traje gris entró con una sonrisa en su rostro. —¿Y ese milagro que tú estás en tu casa?, cuando llame a tu asistente no pude creerlo.
—Tenía cosas de que ocuparme — respondió Connor.
—Esta noche habrá una subasta, ya sabes de cuales…
—Esta noche no.
Fits frunció el ceño y miró a su amigo Connor con atención, se acercó a él y sonrió de un modo peculiar. —¿Estas saliendo con alguien?.
—No.
—Habrá chicas nuevas —insistió Fits con curiosidad.