¡Quédate junto a la santa! Fue una instrucción simple que lo hizo terminar cabalgando al lado del carruaje en el extremo que daba al precipicio con dos paladines muy de cerca que no dudarían en empujarlo para que cayera. Lo que Henry quería hacer era muy obvio, Demián lo sabía, pero no podía hacer algo al respecto, solo seguir vigilando el horizonte. A su derecha, la cortina del carruaje se abrió y la pequeña cabeza de Madeleine se asomó poco antes de que cerrarla rápidamente, Demián desvió la mirada recordándose que no debía volver a mirar en esa dirección, en sus recuerdos la santa era una joven muy amable y no merecía convertirse en la herramienta de Henry para apartarlo del camino. Miró hacia el cielo nublado y resopló. Los días en el norte eran cortos y las noches largas, esa era