NUEVA ORLEANS - PRESENTE.
Bajo del coche, ignoro como Todd, mi chófer y seguridad me mira. Lo hace como todos, ellos desean un poco de la reina de Bourbon Street, la Yizmal. Como quieran llamarme. La brisa nocturna mueve mi cabello n***o mientras mis botas de caña alta hacen eco en el suelo. Mi enterizo de encaje y transparencia hace que más de uno me vea y se sorprenda.
—Yizmal —balbucea uno de los hombres que custodian la entrada del lugar a donde voy.
—Apártate —ordenó en mi habitual tono frío.
Lo hace y abro la puerta. Camino por la casa de tamaño decente. Todd se adelanta y abre las puertas francesas del salón donde me esperan.
Bueno. En realidad, no lo hacen. Entro como lo que soy. La jodida dueña de todo.
—Aurelia— balbucea uno de mis Sheriffs.
—¿Se puede saber qué hacen mis Sheriffs aquí si yo no he convocado ninguna reunión? —Miro uno a uno y ellos a mí. La diferencia es que yo los miro interrogante y ellos me miran con sorpresa.
Avanzo y me dirijo a presidir la mesa. Brian, uno de los Sheriffs, se pone de pie y me da su puesto. Sin embargo, no me siento. Los miro atentos y veo como se remueven nerviosos.
—¿Bien?
—Teníamos una reunión para intercambiar ideas— anuncia y me río, pero mi risa es hueca
—Mejor digan qué planeaban, como decirme que el cargamento hacia Texas se jodió. Pendejos.
—Aurelia.
—Silencio, Brian —levantó mi mano—. ¿Quién es el traidor? —se miran mutuamente—. Quiero la cabeza de ese imbécil que se atrevió a traicionarme.
—El problema, es que piensan que no puedes con el puesto de Yizmal.
Contesta, en cambio, Josué, otro de mis Sheriffs.
—¡Me vale mierda quién lo dice! —Mi tono es duro—. Ciaran dejó claro que si él llegase a faltar, yo tomaría su puesto. —Les recuerdo— Yo soy la Yizmal. Han pasado cuatro años desde que mataron a mi marido. Yo soy la cabeza de este maldito lugar.
—El mexicano...
—¡Me vale una mierda lo que el puto mexicano quiera!
—Es su territorio
—¡Ese paso es nuestro! — doy un golpe a la mesa—. Siempre lo ha sido. Quiero al traidor y la droga— les doy una sonrisa fría—. Pero, como sé que la droga no va a aparecer, me conformo con la cabeza del traidor
—Aurelia—Morris. La mano derecha de Ciaran y ahora mía, me ve desde la puerta y detrás de él, hay un tipo que no reconozco.
—Ahora no Morris
—Este es el maldito soplón —gruñe tomando al chico del cuello y arrojándolo al suelo.
—Aurelia —Brian susurra nervioso.
Bien
—¿Tu nombre? —preguntó al chico que lloriquea. ¿Por qué todos lloriquean? — dije. Tú. Nombre.
—Cannon—, su voz es baja.
—A ver Cannon. ¿A quién respondes? DEA, FBI, Interpol, ¿algún cartel?
—Ninguno. Lo juro, Yizmal, yo no la traicionaría— me agachó. Levantó su rostro con mis dedos y sus ojos negros tiene lágrimas contenidas.
—¿A quién? —Susurro en un tono que casi no se escucha.
—Aurelia—, la insistente voz de Brian otra vez.
Extiendo mi mano y Morris pone en ella un arma.
—¿Quién?
—Por favor— ruega este.
—¡Mátalo de una vez! —Brian es la única voz que se escucha.
Cargo el arma y disparo.
—¡¿Qué carajos?! —grita Brian cuando cae al suelo agarrándose la pierna.
Me incorporo.
—¿Quieres que mate a alguien leal y te deje vivir a ti? ¿Eh? ¡Pedazo de mierda! — su mirada es de conmoción y la sala está en silencio.
—No sé de qué hablas farfulla sujetándose la pierna.
—Si lo sabes. Querías inculpar a este chico y pensaste que si lo mataba todo quedaría olvidado.
—Por favor, Aurelia— Disparo más arriba, causando más dolor mientras alrededor de la mesa es palpable la tensión.
Putos cobardes.
—Te uniste al mexicano y me traicionaste. —Niega y lloriquea. —Todos aquí le deben lo que tienen a Ciaran y a mí. Antes de que los sacaran del pozo, no tenían ni para pagar la manada de una puta. Así que cuando tengan a una entre sus piernas, agradezcan a su dueña jodidos idiotas.
Se remueven incómodos y conmocionados ante la escena.
—Levántate—dijo al hombre llamado Cannon—. Siéntate allí— señalo un lugar en mi mesa—. Conozcan al nuevo Sheriff de Texas.
—Aurelia— ignoró el llamado de Brian.
—Tú me respondes a mí— digo al chico Cannon que asiente vigorosamente—. Respiras porque así lo quiero, sirves a los Yizmal y yo soy tu dueña.
—Sí, señora— asiente.
—Bien. Mátalo— señaló a Brian antes de salir del salón, no sin escuchar los gritos del traidor. Con eso salgo de la casa de reuniones que está cerca del puerto de Nueva Orleans. —Al club — Anuncio.
Todd sube al frente y emprendemos el camino. Miro por la ventana y veo como la ciudad está en su apogeo. Todos se preparan para el Mardi Gras que será dentro de un mes.
Cuando tomé el lugar de Ciaran sabía a lo que me enfrentaba. Sin saberlo, él me preparó para ser la nueva Yizmal de su imperio construido a través de generaciones. El hombre frío y sanguinario que era me dio la oportunidad de decidir si quería seguir con mi mierda de vida o ayudarlo a llevar una carga pesada.
Acepté y no me arrepiento.
El auto se detiene en el club de caballeros. Aunque en realidad es la manera más elegante en vez de llamarlo lo que es. Un burdel que forma parte de mis posesiones. También es un buen sitio para hacer negocios. Los hombres son tan predecibles que hacen lo que sea bajo la carísima de una mujer.
Todd detiene el auto. Los hombres que vigilan el lugar están atentos a mi llegada. Uno me abre la puerta del auto mientras el otro habla por el pinganillo.
Morris baja del auto trasero y me sigue para ser detenido por uno de los guardaespaldas. Avanzo y entro al lugar que a simple vista es un sitio elegante y tiene todo lo referente a un club de caballeros. Sala para fumadores, jugadores y para tomar un buen Oporto.
Sin embargo, ofrecemos más que eso.
Karen es la cara visible del club. Ella y yo fuimos cercanas en otra vida. Cuando comencé mi camino, ella me acompañó. Ella y Morris son mis ojos cuando no estoy.
—Aurelia— Morris me alcanza cuando voy camino a mi oficina. Me detengo y lo miro interrogante. Morris es un hombre alto, corpulento, de cabello castaño y ojos color gris. Su postura fría y rígida transmite aprehensión en los que lo ven. —Tenemos una visita inesperada— ladeó la cabeza a la espera—. Roux está en tu oficina.
—¿Qué se le habrá perdido al fiscal por aquí?
—Creo que tiene que ver con el regalo que dejamos ayer en el puerto.
Morris encontró a los perros de Brian y los hizo hablar. Cuando mi jefe de seguridad y primero al mando se emociona, puede llegar a ser muy espeluznante.
—Voy a cambiarme. Entretenlo unos minutos, voy a entrar por la otra puerta.
Sin esperar respuesta, avanzo hasta la parte más alejada del lugar; este da a una salida secreta. Allí se encuentra mi habitación privada en el club. Mi sede principal está a las afueras, pero este es un buen sitio para resolver imprevistos.
Entro a la habitación de gran tamaño decorada en colores rojo, n***o y madera oscura. La cama domina el lugar con sábanas rojas de seda y almohadas negras. Tengo un baño de tamaño decente con bañera y ducha. Mi armario es grande y en él hay vestidos largos de estilos griegos y algunos hechos de encaje y transparencias que no dejan mucho a la imaginación que es mi común atuendo en el club.
Con calma, me deshago de mis botas, la ropa y ató mi cabello n***o en un moño. Me voy al baño donde tomo una ducha rápida para refrescarme. Me paro frente al espejo y estudio mi rostro.
Los ojos negros me devuelven la mirada.
Del cajón superior del mueble del baño saco mi maquillaje y prosigo a ponerme presentable. Les doy un toque a las cejas, perfilo mi nariz y pinto los labios regordetes de un rojo pasión, me pongo algo de perfume y entro al vestidor donde escojo un vestido n***o corte griego con un escote profundo, sin espalda. No me preocupo por buscar ropa interior. Me pongo el vestido y calzo unas altas y delicadas sandalias. Suelto mi cabello liso, lo cepillo para que caiga por mi espalda. Y concluyó poniendo unos aretes de diamantes con un estilo cascada.
Abro la puerta que da a mi oficina. Está bien iluminada y tiene una decoración negra con dorado. Al fondo se encuentra un enorme sillón de cuero. El escritorio es oscuro, pero mi silla tiene toques dorados. Parece un trono que ha pasado por generaciones entre los Yizmal y claramente envía el mensaje de poder a quienes visitan el lugar. Las paredes tienen cuadros que valen miles de dólares y que han sido adquiridos a en el mercado n***o.
Como ordené, Morris está con Roux. El hombre es de mediana edad, pero claramente se cuida. Así que se ve bien; sin embargo, no es de mi gusto.
—Adrien Roux —Digo cerrando la puerta y caminando hasta él.
Se pone de pie, me da un beso en la mejilla antes de comerme con la mirada, ya que mi vestido no deja mucho a la imaginación.
—Cómo siempre, es un deleite para mis ojos ver a la Yizmal —sonríe con suficiencia.
Rodeo el escritorio que precise el despacho y tomo asiento. El vestido se me sube con intención.
—¿Qué te trae por aquí?
El hombre toma asiento y mira de reojo a Morris. Asiento a mi primero al mando y este de inmediato se retira en silencio.
—Verás — comienza aclarando su garganta—. Tengo el consejo de la ciudad, respirándome en el cuello. Lo de anoche no puede volver a pasar.
—No sé de qué hablas.
Sonríe nervioso.
—Vamos, Aurelia. Sabes qué hablo de los cuerpos mutilados en el muelle —balbucea y se remueve en su silla. —Si el consejo pide mi cabeza, también pedirán la tuya.
Me pongo de pie lentamente. Camino hasta él y me siento en el escritorio frente a su rostro. Se remueve nervioso.
—¿Me amenazas, Adrien?
—No. Claro que no, es solo que…
—Te recuerdo, que yo te llevé dónde estás. Antes de ser el respetable fiscal, no eras más que el asistente de este, y que no eras apreciado. Yo te saqué del hoyo.
—Entiéndeme, Aurelia. La escena es simplemente desastrosa y encontraron la carta de la reina en el lugar.
Asiento. Mi sello es una carta. La reina de corazones.
—Tengo cosas más importantes que hacer ahora, Adrien. Si gustas, puedo darte un reservado y llamar a Macarena. Sé que te gusta mucho la muchacha —su rostro se ilumina asquerosamente. Sin embargo, se aclara la garganta.
—La cosa no es así de fácil.
—Tómalo como una ofrenda de paz.
Se pone de pie y pone su mano en mi pierna
—¿Por qué no me acompañas tú y ella a ese reservado? — sugiere subiendo su mano. Sin perder la sonrisa, lo dejo que toque mi pierna. Cuando su mano llega a centímetros de mi regazo, pongo mi mano sobre la de él
—No va a suceder, Adrien— su rostro está cerca del mío.
—Al menos lo intenté —comenta, aleja su mano y acomoda su corbata.
Bajo mi escritorio aprieto un botón y de inmediato Morris entra. Se queda en la puerta esperando mi orden.
—Llévalo a la suite Cleopatra y dile a Macarena que tiene un cliente con el que pasar la noche.
Morris asiente.
—Nos vemos luego, Aurelia. Y procura, por favor, hacer tus carnicerías en un lugar menos visible.
Pendejo.
—Hasta pronto, señor fiscal. Disfrute de su estancia. —Inclinó la cabeza a un lado y sale dejándome con Morris que no se ha movido. —Dile a Macarena que lo dope y saque fotografía —murmuró.
La sonrisa de Morris es macabra.
—Así será.
Asiente antes de retirarse. Todos saben, que si no estás conmigo serás aplastado.
Nadie me amenaza ni amenaza mi imperio.