Había visto cientos de películas y leído un par de libros, también había acudido a la iglesia para aprender en la pequeña escuela en donde impartían lecciones bíblicas. Sabía que era el bien y el mal, sabía que había ángeles, demonios y un Dios todo poderoso que nos observaba, pero ahora, mientras tengo frente a mí una representación física de todo eso, me siento extraña. Cuando era pequeña no solía dudar de lo que me decían en aquel saloncito cada domingo, es más, en mi cabeza recreaba a los ángeles con sumo detalle, sin embargo, al hacerme mayor, al darme cuenta que no importaba cuantas veces le rogara a Dios para que los gritos cesaran, para que el dolor se fuera y los puños no me tocara, porque al final el jamás acudía a salvarme, la tierra no se habría y él no se iba al infierno. En e