Despierto con la luz entrando por la ventana, Ainhoa está sentada en un pequeño sillón revisando su teléfono. —Buenos días —digo saludándola. —Amor —me sonríe y mi día se ilumina, me doy cuenta que todo vale la pena, al verla contenta—. ¿Cómo te sientes? —Bien, renovado, con ganas de volver a casa. —El doctor vino hace un momento y dijo que traerá los papeles para darte de alta en unas horas. —Me alegro, quiero darme una ducha. —¿Necesitas ayuda con eso? —pregunta sonriendo. —Si prometes tallarme las espalda sin que mi chiquitín se emocione, acepto. —Mmmm… —dice y se queda pensando—. Lo dudo, pero, podemos intentarlo. En eso se abre la puerta y entra el doctor. —Buenos días, vengo a revisarte la herida Jonás. —Buenos días doctor. Quita las vendas y revisa la herida. —Fue una