Graciela —No quiero hacerlo. —Vamos, Graciela —suplica—. No es como si me fueses a lastimar tampoco. —No lo voy a hacer. —Graz, estás actuando como nena —se burla mi norteamericano sensual. —¡Soy una nena! Pero tengo mucha fuerza en las piernas, no te quiero hacer daño. —¿Tú, fuerza? —se mofa—. ¿Con esos bracitos y esas piernitas blancuchas y debiluchas? —Lucas, no me provoques. —¿De verdad crees que puedes botarme al piso? ¿Con una patadita? —se ríe, y está comenzando a enojarme. —Insisto Lucas, mejor cállate. —¡Una patada con esas piernecitas de hilo! —aumenta las carcajadas, y me saca de quicio. Él se lo ha buscado. Me coloco en posición y… —¡Lo siento! ¡Lo siento! ¡Amor, disculpa! ¡Te dije que no quería! ¡Pero eres tan obstinado! ¡Lo siento! ¡Lo siento! —Mi ojo… —se quej