Los pasos en el suelo del vestíbulo resuenan justo antes de que aparezca en el umbral. Es una entrada sin alardes, pero no por eso menos impactante. Su porte es imponente, no por su tamaño, sino por esa elegancia discreta que a veces solo poseen los hombres, algunos hombres o, mejor dicho, los hombres que saben exactamente quiénes son. Lleva un abrigo de lana gris oscuro que contrasta con el blanco marfil de la entrada. Su cabello es de un castaño profundo, peinado, con la precisión de quien sabe que va a una cena formal, pero aún quiere parecer casual. Sus ojos oscuros no dejan nada fuera. Lo noto incluso desde el otro extremo del pasillo, veo cómo se mueven con una agudeza casi quirúrgica. —Nicoló Visconti, querido —anuncia Adeline con una sonrisa amplia, dando unos pasos hacia él como