Las luces del restaurante son tenues, cuidadosamente colocadas para que cada mesa tenga una burbuja de intimidad que permite conversar sin gritar. El murmullo suave de conversaciones ajenas y el tintinear de copas llenan el ambiente con una calidez que, en otro momento, me habría reconfortado. Pero esta noche no. Esta noche soy un puñado de contradicciones ambulantes. Sonrío, asiento y jugueteo con la copa de vino entre los dedos, mientras por dentro... por dentro todo es un campo minado. —¿Y entonces? —habla Taylor, alzando una ceja con ese tono de conspiración que solo usa cuando huele o quiere un chisme fresco—. ¿Vas a contarme o no? La última vez que hablamos, me dijiste que habías coincidido con el extraño del club y que descubriste que el cabrón está casado. —Taylor —respondo, llev