LVII Barnaby seguía haciendo guardia delante de la puerta de la caballeriza, con la bandera al hombro, paseándose con expresión marcial y saboreando con placer el silencio y la tranquilidad de los que había perdido el hábito. Después del torbellino de ruido y de confusión en que había pasado los últimos días, estaba contento de verse solo y apreciaba mejor la dulzura de la soledad y de la paz. Apoyado a intervalos en el asta de su bandera y abismado en sus fantásticas meditaciones, brillaba en todo su rostro una radiante sonrisa y sólo cruzaban por su cerebro alegres visiones. ¿Acaso no pensaba en ella, en la mujer que más amaba en el mundo, en la pobre madre a la que había hundido en tan amarga aflicción? ¡Oh, sí! Ella ocupaba el centro de sus más brillantes esperanzas y de sus reflexio