XX El orgullo que le causaba la misión que se le había confiado y la inmensa importancia que naturalmente le daba la habrían puesto en evidencia a ojos de toda la casa si hubiera tenido que verse expuesta a las miradas de sus moradores, pero como Dolly había jugado infinitas veces en cada pasillo y en cada salón en los días de su infancia, y desde entonces había sido la humilde amiga de la señorita Haredale, de quien era hermana de leche, conocía las entradas y salidas de la casa lo mismo que Emma. Así pues, sin tomar más precauciones que reprimir el aliento y andar de puntillas al pasar por delante de la puerta de la biblioteca, se dirigió a la habitación de su amiga sin anunciarse. Era la habitación más alegre del edificio. La sala era indudablemente sombría como las demás, pero la juv