XXXVIII El secretario se puso la mano delante de los ojos para defenderlos de la luz del quinqué, y durante un rato contempló a Hugh frunciendo las cejas como si se acordase de haberlo visto alguna vez pero sin saber cuándo ni dónde. Su incertidumbre duró poco, porque antes de que Hugh hubiese pronunciado una palabra dijo al mismo tiempo que retiraba la mano: —Sí, sí, me acuerdo. Está bien, Grueby, podéis retiraros… No os vayáis, Dennis. —Vuestro servidor —dijo Hugh cuando hubo salido Grueby. —Gracias, amigo mío —respondió el secretario con amabilidad—. ¿Puedo saber el objeto de vuestra visita? ¿Nos olvidamos tal vez de pagar a vuestro amo? Hugh se rió al oír esta pregunta y, metiéndose la mano en el bolsillo del chaleco, sacó una de las proclamas, sucia y arrugada, y la dejó sobre la