Era un maldito. ¿Qué más podía hacer para arruinarlo?
Nada, ya no tenía el arma que tenía en su contra para arruinar su reinado en esa ciudad. No quedaban esperanzas de usar a esa mujer para concretar su venganza.
Stefano pensó que luego de eso, la adoración hacia Rinaldi por parte de los otros clanes iba a ser incluso mayor con su perfecto drama digno de película épica; había sido capaz de matar a la mujer que amaba con la cabeza fría para que su clan no se arruinara y además, para evitarle el placer a él de ser quien le ponía fin a la bailarina asesina de su primo.
Franco dejó caer sus ojos hacia quien yacía más allá de rodillas, tembloroso. Tyrell lloraba como un niño, ocultando sus ojos tras sus manos, sollozaba entre lágrimas porque una luz en su mundo se había apagado, la del sol
