No dejó de nevar para el miércoles y la nieve hizo casi imposible sacar el coche de la calle, pero Isaac y otro vecino la apartaron para poder salir, el resto del pueblo ya estaba más o menos despejado por la quitanieves que aún seguía limpiando calles, y nos escoltó hasta la consulta del médico. Su coche sí tenía calefacción, y el frío me golpeó más fuerte cuando me ayudó a salir. —j***r —bramó—. Qué puto frío. Quise reírme, pero temblé y él me frotó los brazos aún sobre el abrigo. Las puertas correderas del médico se abrieron y el calor nos abrigó de nuevo. Estaba prácticamente vacío salvo por algunas consultas y en la sala de espera de maternidad, no había ni un alma. Nos sentamos en las sillas y me quité el gorro, la bufanda y los guantes. —¿Estás nervioso? —le pregunté. Isaac