La forma que adopta un espacio mental, depende totalmente de la persona.
Quienes no saben formarlo, manifiestan lugares simples como bosques o lagos, y quienes tienen más experiencia, construyen mansiones con habitaciones, puertas, cajas de seguridad y accesos sellados.
Percival tuvo mala suerte, antes de que su espacio se formara, otra persona entró y forzó la forma, justo ahora, estaba en el sótano de la clínica de salud mental de su familia.
Detrás suyo el demonio comenzó a moverse, Percival se tronó los huesos del cuello, abrió la puerta de la morgue concentrándose en su casa y entró. Del otro lado había una sala llena de artefactos, desde aviones que flotaban en el aire a tres metros por encima del piso hasta relojes pegados a las paredes y al final, una tarima con un micrófono.
– Tenía que ser eso – maldijo entre dientes, habría preferido cualquier cosa, hasta un inodoro como punto de control, pero tenía que ser un maldito micrófono.
– Por favor, ayúdame.
Percival se detuvo, la voz que vino del otro lado no era la del demonio, esa voz femenina, delgada y un poco temblorosa, era la de una mujer con una bata larga y el cabello amarrado en un chongo alto.
– No quería convertirme en esto – lloró – iba a morir, mi padre dijo que tenía una solución, una forma de salvarme, solo tenía que dejar el hospital e ir con él a la clínica, no recuerdo que más pasó esa noche, desperté en el cuerpo de otra persona y comencé a convertirme en esto – miró sus manos y se abrazó a sí misma – solo quiero darle un mensaje a mi mamá, sé que sigue viva, solo han pasado quince años desde que me convertí, por favor, déjame despedirme.
Percival no dijo ni una sola palabra, era tonto dejarse tentar por un demonio, porque lo que ellos querían, era volver a la vida, a costa de lo que fuera.
– No tomaré tu alma – agregó el demonio – lo prometo, puedes colocarme cadenas aquí, dentro de tu espacio mental, así no podré hacerte daño, solo me quedaré un tiempo, veré a mi madre y me iré.
Percival no se detuvo, siguió avanzando hacia la tarima, pero ahora sentía que sus piernas eran muy pesadas.
– Se le llama relación simbiótica, el hombre que llegó contigo está en las mismas condiciones, hay un demonio dentro de su cuerpo, pero es él quien lo controla, puedes preguntarle, te dejaré salir y esperaré aquí.
Percival despertó, no alcanzó a tomar el micrófono, pero estaba de vuelta porque el demonio lo dejó salir, se incorporó, vio el sillón a poca distancia, las paredes brillando bajo un filtro amarillo y debajo de él, un círculo blanco.
– ¿Quién eres? – preguntó Antonio.
– Percival Vignon – dijo su nombre en voz alta – soy ingeniero mágico y usted, de verdad, no sabe lo que hace, no puedo creer que me lanzara un objeto demoniaco.
Antonio rodó los ojos y relajó sus manos – te dije que usaras guantes.
– Jamás dijo que los necesitaba, o que tenía que comprarlos – hizo una pausa para dejar de discutir – sigue dentro de mí, ¿puede sacarlo?
– Sí, pero va a doler.
– No me importa, solo, saque esa cosa – dijo, y al segundo siguiente sintió ganas de vomitar.
“Su tobillo, mira su tobillo”
La voz vino de alguna parte, Percival reconoció al demonio que apareció en su espacio mental y cerró los ojos, una vez más, volvió a su espacio y miró directamente a los ojos de esa mujer que lloraba con tristeza.
– No le preguntaste, tienes que hacerlo, por favor…
Percival no siguió escuchando, controlo todas las sillas en la habitación y las empujó contra esa mujer para acorralarla, afuera, su cuerpo se dobló y sus rodillas golpearon el suelo, el demonio dejó de tener forma humana, se convirtió en humo y subió.
Ese humo volvió a la caja de música.
El círculo y la magia se desvanecieron.
– ¿Estás bien? – preguntó Antonio.
– Algo así – respondió Percival – dijo que ella no quiso convertirse en demonio, supongo que su padre era un seguidor del abismo, la llevó a la iglesia y le dio otro cuerpo – era algo común, los seguidores del abismo odiaban a los demonios y los hacían responsables de tomar la magia como rehén, pero eran los primeros en usar sus métodos y hechizos.
Antonio cambió su expresión – ¡le creíste!
Percival se tomó un momento para pensarlo, en realidad, creyó esa historia.
Los demonios eran expertos en leer los corazones de las personas y encontrar sus debilidades. Sí una persona ansiaba poder, el demonio se lo ofrecía, si tenía un familiar enfermo, el demonio le prometía curarlo y sí era el tipo de persona que ayudaba a otros, el demonio se presentaba como una víctima.
– Un altruista – se burló Antonio – bien por ti.
Percival jamás pensó que pertenecería a ese grupo de personas, habría preferido ser codicioso, ver a un demonio con la forma de un genio y escuchar la frase: “tienes tres deseos”, eso habría sido fácil, en cambio, después de escuchar a esa mujer, estaba lleno de dudas.
– Ella dijo que usted tiene un demonio dentro de su cuerpo, que están en una relación simbiótica.
Antonio recogió la caja de música, buscó energía demoniaca y colocó un sello en la tapa para que el demonio no pudiera volver a salir, hasta que el eliminador se encargara – una mujer lista, sabes, estamos muy acostumbrados a usar esa frase, “los demonios mienten”, un día los demonios la escucharon y comenzaron a decir la verdad, suena graciosa sí lo piensas.
Percival dejó el círculo – ¿qué significa eso?, ¡era verdad!
– Te explicaré en el camino, primero tenemos que ir arriba, hay un hombre con el trasero al aire.
Percival olvidó esa parte.
La clínica estaba a media hora de camino, las enfermeras llevaban toda la mañana buscando al paciente que salió a dar una caminata en la silla de ruedas con un familiar y no volvió a ser visto, ya habían llamado a la policía.
Antonio se quedó atrás para hablar con los oficiales, después regresó y revisó que la caja de música siguiera en su bolsa. Percival esperaba una respuesta y para explicarle, Antonio se quitó el zapato derecho y remangó su pantalón, a la altura del tobillo tenía una cicatriz en línea recta con líneas transversales – tenía quince años, perseguí a un demonio, olvidé mirar a ambos lados de la calle y un coche me atropelló – contó – me pusieron una placa con clavos de titanio. Me recuperé y a los seis meses quería seguir atrapando demonios.
Percival negó con la cabeza – espere, ¡comenzó a trabajar para el ministerio a los quince!
– Mi padre era un demonólogo independiente, trabajaba con él – explicó Antonio – a los diecinueve me topé con un demonio en el límite de la case A, estaba solo, pude pedir ayuda, pero pensé que lo haría bien por mi cuenta, lo atrapé, lo entregué, mi familia celebró ese fin de semana y después, descubrí que el demonio usó un cebo, dejó atrás una pequeña parte de sí mismo, el resto se trasladó a otro objeto – señaló su tobillo – mi placa.
– Objeto físico no biológico – recitó Percival.
Antonio volvió a ponerse los calcetines – se lo oculté a mis padres e intenté retirarlo por mi cuenta, después comencé a trabajar para el ministerio y una noche, durante una exploración, una pared me cayó encima y el demonio me protegió, ya no puedo sacarlo porque su energía se enraízo con la mía, como tu demonio te dijo, estamos en una relación, pero yo no la llamaría simbiótica, más bien, soy su prisión, porque él tampoco puede irse, a menos que alguien me ampute la pierna – bromeó.
Percival no pudo creerlo – ese demonio, ¿no ha intentado tentarlo?
– Dos o tres veces a la semana.
– ¿Cómo se sobrepone?
– Te acostumbras. Mi capitán lo sabe, una vez a la semana voy a una revisión solo en caso de que pierda el control de mi cuerpo, hasta ahora no ha sucedido – arrancó el coche.
Percival se puso el cinturón de seguridad, sabía que enfrentarse a demonios no era fácil y que siempre estaría en riesgo, como pasó en esa casa en la que abrió un objeto demoniaco y fue arrastrado a su espacio mental, pero no tenía idea de que fuera tan caótico.
La demonología te quitaba más de lo que te daba, las personas que se dedicaban a esa labor lo hacían porque tenían un fuerte compromiso y porque, sí ellos no actuaban, los demonios tomarían el control de los magos.
– ¿Por qué me dio el empleo? – preguntó Percival después de unos minutos, aún estaba en la carretera y faltaba mucho para llegar – yo no pedí este trabajo, usted me llamó en mitad de la noche para amenazarme y después, me dijo que me enviaría al departamento de ingeniería sí lo ayudaba, ¿por qué yo?
– Hoy tienes muchas preguntas – se quejó Antonio y resopló – ese día en la tienda entraste al espejo después de mí, la mayoría de las personas guardan su distancia cuando estoy trabajando, porque saben que es arriesgado, tú entraste, desataste a la chica y seguiste mis indicaciones para traerla de vuelta, lo hiciste por alguien a quien acababas de conocer, eso te convierte en un completo idiota. Y alguien útil para este empleo.
Percival no supo decir sí lo estaban alagando o insultado, permaneció en silencio el resto del viaje y esperó en la parte de atrás mientras Antonio entregaba su reporte, la caja de música y al demonio atrapado.
No siempre tendrían suerte, habría casos que tomarían días, semanas o años en resolverse y los riesgos siempre estarían presentes.
Después del almuerzo Percival regresó y puso un par de guantes sobre la mesa – enséñeme.
Antonio fingió no entender de qué hablaba – son guantes, primero revisas a qué mano corresponden y te los pones de esta forma.
– Enséñeme a atrapar demonios.
– ¿Para qué?, eres un ingeniero, estarás en patentes el año entrante, no necesitas aprender sobre esto – respondió Antonio.
Percival comenzó a frustrarse – para eso primero necesito sobrevivir este año y no se lo tome personal, pero no quiero confiarle mi vida – cruzó los brazos.
Antonio sonrió y se levantó – lo primero que tienes que aprender; es detectar la energía demoniaca, es diferente a lo que te enseñan en la academia, no se trata de ubicar colores o separar círculos de triángulos, y no esperes que todos los demonios que veas se presenten como criaturas grotescas, la mayoría tienen apariencias muy humanas, porque lo fueron.
Percival asintió.
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Los meses del verano fueron muy calurosos y entrando septiembre, comenzaron las clases en la academia Vitreri.