Bella parpadea al escuchar sus palabras. Sus manos, que reposan sobre su regazo, se enfrían de pronto, como si la sangre dejara de circular por sus venas. —Los vi —insiste Álvaro, sin apartar la mirada de ella—. Sus rasgos son idénticos a los de Benedict. No hay manera de negarlo. Ambos son sus hijos. Ella no responde. Se limita a observarlo en silencio, mientras una inquietud creciente se arremolina en su interior. Su garganta se seca y su voz apenas logra salir. —¿Qué es exactamente lo que quieres? —pregunta con esfuerzo, sus labios se tornan pálidos, su expresión, rígida—. ¿Qué tienen que ver mis hijos en este asunto? Álvaro inclina el cuerpo hacia el frente y entrelaza las manos sobre el escritorio. —Eso es lo que yo quiero saber. ¿Por qué los mantienes ocultos de mi primo? —Ya d

