—¿Perdiste las ganas de vivir? —La pregunta de Benedict es una amenaza explícita. Ana sonríe del otro lado. Sabe que esto la está condenando a muerte, pero de todos modos ya no tiene nada que perder. Vino hasta aquí sabiendo que iría al infierno, pero se llevará a Isabella con ella. —Voy a matarla, pero la mejor parte será saber que no pudiste hacer nada por impedirlo. Las carcajadas de la mujer retumban en la pequeña y abandonada vivienda a las afueras de la ciudad. Isabella está tirada en el suelo mohoso, todavía inconsciente, con las manos y los pies atados. Hay un hombre parado a su lado, mirándola de manera atenta. —Lo diré solo una vez más, Ana Lupot. Suéltala. Te dejé viva la última vez por respeto a tu padre, pero esta vez no tendrás la misma suerte. Ninguno en tu familia

