Para suerte de Isabella, Benedict no le dice nada al verla salir de la sala de juntas junto a Álvaro. Sin embargo, su mirada lo dice todo: fría, densa y cargada de reproche. Sus ojos son como cuchillas que la recorren de arriba abajo, silenciosos pero afilados. No necesita palabras para hacerle saber que está molesto. Que la está juzgando como siempre. Que está anotando mentalmente cada segundo que ha pasado en compañía de su primo para luego hacer el reclamo. Isabella solo baja la mirada y continúa su camino hacia la oficina. No quiere enfrentamientos. No quiere más problemas. Hoy no. Ya en su espacio de trabajo, ordena todo como debe ser. Reorganiza los documentos de la reunión, guarda los informes, limpia cuidadosamente el escritorio y repasa cada superficie con un trapo seco, como si

