Capítulo 4

962 Palabras
José se fue a París a preparar todo en la empresa mientras Lara contaba los días que le quedaban junto a su amor secreto y pensaba qué sería de su vida sin él. Ya no se verían todos los días, ni hablarían, ni se contarían sus problemas. Ya nada volvería a ser lo mismo estando en otro país. Una cosa era no animarse a decir nada. Temer las consecuencias de una relación con su mejor amigo, con su “hermano”. Pero otra era sentir todo eso, teniéndolo lejos. Seguramente él conseguiría otra chica, se olvidaría de ella y cuando ella regresara a Tarifa o a donde el mundo los reuniera en un futuro, lo encontraría feliz. Seguramente no recordaría su cara, mientras ella estaría vagando por ahí, siguiendo el camino de su padre, y pensando qué sería de la vida de aquel pequeño que creció junto con ella. Porque no eran solamente amigos: Lucas y Lara habían crecido juntos. ¿Pero qué hacer? Quedaba solo un día. Un día junto al amor de su vida…  Corrió hacia la sombra de ese árbol y se detuvo a unos metros. El balón que con tanto amor había comprado cinco años atrás estaba ahí, una vez más, pero limpio. Parecía no haber sido usado en días. Lucas solía pasar mucho tiempo en la biblioteca, pero ese balón había sido su amigo en los ratos de ocio. Sin embargo, esa vez estaba allí, vestido para la ocasión, con el mismo moño rojo con el que cinco años atrás, ella se lo había entregado en la pequeña fiesta que Luisa y el resto de la familia habían dado para homenajearlo… Lucas la miró fijamente… ¡estaba como nunca! Vestido muy sencillo, pero hermoso. Más lindo que nunca. Lara, quien también se puso su mejor vestido, jamás olvidaría ese momento… por eso no supo qué hacer. No quería despedirse. ¡No! No se despediría de las personas que quería, porque su padre había dicho que algún día volverían y estaba segura que tarde o temprano, se volverían a encontrar. En su interior temía que fuera tarde, que ya fueran hombre y mujer y él hubiese hecho su vida, o que sería un famoso arquitecto y sus diseños lo llevaran muy lejos, como algún día hicieron con su padre, como lo estaban haciendo ahora… Y los miedos que en ese momento la llenaban la hicieron correr hacia Lucas. Hacia su mejor amigo, hacia su hermano… se detuvo junto a él y lo besó. Fue el primer beso de ambos, el primer beso de los dos y de cada uno. Muchas veces lo habían soñado, aunque en un contexto más romántico, pero ambos lo sintieron igual de hermoso. Lucas sintió las manos de su amada en su cuello y solo pudo rodear su ya formada cintura con sus brazos. Cuando menos lo imaginaron, estaban fundidos en un abrazo tan fuerte y apretado, que se quedaron sin aire y se separaron…  Pero al mirarse a los ojos, ambos se llenaron de lágrimas y Lara solo pudo correr. Correr lejos para no tener que dar explicaciones. ¿Qué le diría? Ella lo había besado… él no entendería por que, seguramente la odiaría y… ¡no! Debía correr rápidamente. Lucas corría muy rápido, la alcanzaría, le diría que por qué lo hizo, que la odia… Para cuando el joven logró reaccionar era tarde. Quedó estático en su lugar, pensando en lo que había pasado. Para cuando se detuvo a pensar que no le había dicho adiós, y que su amigo, el balón, estaba presenciando la escena que muy en el fondo siempre había soñado, lo tomó y corrió hacia la casa de Lara. Corrió con desespero, como si fuera la última vez en la vida que vería a su amada. Como si su vida dependiera de ello… pero fue demasiado tarde. Un vecino le dijo que Lara, junto a su madre y su pequeña hermana, ya habían partido.  Sintió que su mundo se derrumbaba. Muchas veces se había sentido mal, le habían faltado cosas… muchas veces vio a su padre sumergido en el alcohol tratando de olvidar las preocupaciones diarias por la falta de dinero, pero nunca se había sentido vacío porque siempre estaba Lara.  Pero ya no. Miró sus manos y ahí estaba él: el balón. El regalo más lindo de su vida, del que horas antes se había despedido y lo había vestido de gala para despedirla a ella… y a él… porque Lucas se lo regalaría. Sabía que los regalos no se devuelven pero era su única pertenencia con cierto valor económico y sentimental para ambos en esos momentos y él quería que ella lo guardara toda su vida. O al menos la parte de la vida que no estarían juntos. Y no pudo ser, porque no fue capaz de reaccionar a tiempo. El beso del amor de su vida lo shockeo tanto que no se pudo mover para correr tras ella tanto como sabía que sus piernas podían haberle permitido, hasta alcanzarla para al menos, decirle todo lo que sentía antes de partir y decirle que estaba seguro que la amaría el resto de su vida, aunque ya no pudieran verse ni hablarse cada día, como estaban acostumbrados.   Comenzó a llover en Londres y Lucas se dejó caer en un charco, arruinando su ropa y abrazando el balón. En ese momento le prometió a él, que no lo volvería a ver llorar, ni a caer. Que sería la primera y última vez que sufriría por amor y que caería porque de ahí en más, ninguna situación lo sorprendería tanto, como para volver a perder las cosas que amaba por no saber cómo reaccionar.
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