Taylor hablaba sin parar sobre cosas que no entendía y me aburrían demasiado, pero tenía que prestar atención porque después me preguntaba. Mientras lo escuchaba, me dedicaba a mirar sus ojos, aunque pocas veces podía sostener su mirada por más de cinco segundos seguidos, y creo que a él le pasaba lo mismo.
Tenía el acoso de mis hermanos sobre mí para conquistar a Taylor. Ellos habían entrado en mi habitación media hora antes de que Taylor viniera y habían revuelto mi armario intentando encontrar algo. Al final los había echado de mi habitación y... sí, me había puesto lo que ellos me habían dicho. Al fin y al cabo, eran chicos...
— Ella, ¿Dónde guardo tus tangas?
Taylor y yo miramos a Aaron, que sostenía varios tangas. Uno rojo y otro n***o. Sentí mis mejillas arder. Me levanté y se los quité.
— Gracias, ya los guardo yo —abrí el cajón de mi mesita y los guardé.
Cuando me giré, Aaron seguía ahí. Lo miré con la ceja alzada y el salió sonriendo. Suspiré y volví a sentarme.
— Bien —Taylor carraspeó—. Continuemos.
Si esta la manera en la que se suponía que iba a conquistar a Taylor, no la entendía. Solo hacía que yo me pusiera roja como un tomate e incomodar al chico que estaba frente a mí.
Esperé a que Taylor guardara sus cosas mientras mordía mi labio.
— ¿Qué te estaba haciendo el chico para que fueras a pegarle? —me preguntó.
Dejé de morder mi labio y lo miré. Ahora tenía toda su atención en mí.
— Me estaba tirando del pelo.
— ¿Por eso ibas a pegarle? —dijo él divertido.
— Bueno, era un acoso constante—
— Durante un minuto —me cortó.
— Sí, pero él no me dejaba —me quejé—. ¿Se creía que no notaba que me estaba
tirando del pelo? ¿No se dio cuenta que no me interesaba?
Taylor sonrió abiertamente. — No, a veces no nos damos cuenta.
Acompañé a Taylor a la puerta y este se giró para despedirse. — Nos vemos el jueves.
— Si, adiós.
Le sonreí antes de cerrar la puerta y fui con paso decidido al salón, donde mis hermanos estaban sentados viendo la televisión mientras papá preparaba la cena. Habíamos dado la clase tarde.
— ¿Cómo te ha ido? —Bryan fue el primero en preguntar.
Golpeé el hombro de Aaron. — ¿Cómo se te ocurre entrar con tangas en mi habitación? ¿Y enseñándolos?
Bryan soltó una sonora carcajada.
— Para que él sepa que los usas.
— ¿Y por qué debería saber la ropa interior que llevo? —alcé una ceja y me crucé de
brazos enfadada e indignada.
— Porque los tangas son sexys y a los chicos le gustan que las chicas lleven eso.
Me senté el lado de Bryan derrotada. Solo me quedaban dos clases más antes de mi último examen. Había aprobado todos los exámenes que había tenido a lo largo de estos dos trimestres. Los exámenes finales se acercaban y con ello, el fin de las clases. Estaba perdiendo el tiempo pensando en un chico imposible.
— ¿Cuantas clases te quedan? —preguntó Bryan.
— Dos.
— Siempre podrás hablar con él por el móvil.
¿Yo? Para nada. Aaron se levantó cuando llamaron a la puerta.
— No te preocupes, si Taylor no se ha fijado en ti, no vale la pena. Eres demasiado
especial para ese tipo de chicos, pequeña.
Miré a Bryan, que no había despegado la vista de la televisión. Fui a hablar pero la voz de mamá me interrumpió.
— Bryan, cariño —mamá sollozó y Bryan se levantó para ir a abrazarla—. Siento no
haber estado aquí, mi niño.
Sonreí al ver esa escena, mamá parecía más joven. Llevaba su pelo n***o recogido en una pinza y parecía que había estado haciéndose Botox en vez de en un retiro espiritual. Mamá dejó de abrazar a Bryan y se separó para mirarlo.
— Cuanto has cambiado.
Negué con la cabeza y me levanté del sofá. Mamá me miró y abrió sus brazos hacia mí
— Hola cariño —besó mi mejilla—. Os he echado tanto de menos chicos —mi madre
nos abrazó a todos cuando Aaron se acercó—. Aunque he estado muy tranquila, pero se os echa de menos, muchísimo.
Esa noche cenamos en familia. Mamá nos contó lo que hizo durante este tiempo y nosotros la pusimos al día. Los chicos no mencionaron nada sobre Taylor, cosa que agradecí.
Cuando llegué a mi habitación encendí la lamparita y apagué la luz. Me tumbé en la cama y miré al techo. ¿Que yo era especial? ¿En qué sentido? La puerta de la habitación se abrió y Bryan entró sin pedir permiso.
— ¿Pensando? —cerró la puerta.
— Sí.
— ¿Sobre el chico? —se sentó en mi cama.
Fruncí el ceño. — ¿Por qué piensas que estoy pensando en él?
— Porque las chicas sois muy predecibles cuando estáis enamoradas —le saqué la
lengua y rió—. Es increíble lo que has crecido en este poco tiempo.
— Oh Bryan, sigo siendo igual de sencilla, patosa y loca que siempre.
— ¿Sigues rompiendo vasos y clavándote los cristales?
— Como siempre. Nada ha cambiado.
Bryan sonrió. — Quizás es que no quiero que te hagas mayor. Recuerdo el día que te vi por primera vez, pensé que eras fea.
— Ah, vaya, gracias —me hice la ofendida y Bryan me dio un pequeño empujón.
— Odiaba la idea de tener otro hermano pequeño al que cuidar. Pero te convertiste en
lo más importante. —lo miré sonriendo—. No dejaré que nadie te haga daño. Con Aaron es diferente, él se merece una buena paliza —reí y abracé a Bryan. Tener a toda la familia reunida era increíble.
Hasta cierto punto.
El timbre sonó y cuando bajé las escaleras ya mamá había abierto. No, no le habíamos mencionado que daba clases particulares. Una información que se nos pasó por alto.
— No sabía que dabas clases de física, bichito de luz.
Terminé de bajar las escaleras y miré con horror a mi madre al escuchar ese horrible mote de nuevo.
— Hola —me saludó Taylor.
— Hola —le sonreí.
— Y tampoco me dijiste que era tan guapo, pasa —Taylor entró con una sonrisa de
oreja a oreja, se reiría pronto—. ¿Qué estás estudiando?
— Ingeniería.
— Vaya, que interesante. Eres un buen partido entonces.
Me golpeé mentalmente ante la vergüenza que estaba sintiendo ahora.
— ¿Qué edad tienes? ¿Tienes novia?
— Tengo veintiuno y no, no tengo novia —contestándole tan simpático como si no le
incomodara el interrogatorio de mamá.
Antes de que ella pudiera hacerle otra pregunta cogí a Taylor del brazo y lo guie a la escalera.
— Se acabó el interrogatorio mamá.
— ¿Dónde dais la clase?
— En la habitación —ambos subimos las escaleras.
— En la habitación —repitió ella desde abajo—. No me convence ese sitio.
— No sé por qué no me extraña —murmuré.
Entramos en la habitación y cerré la puerta.
— Creo que puedes soltarme el brazo ya.
Miré a Taylor, que me miraba divertido. Fruncí el ceño y vi mi mano en su brazo. Lo solté rápidamente sintiéndome nerviosa.
— Ah sí, claro, perdón —dije rápido.
— No tienes por qué pedir perdón —Taylor sacó sus cosas y me senté—. ¿Tienes un
bolígrafo para prestarme? He olvidado mi estuche.
— Claro —le di uno después de comprobar si pintaba.
Empezamos la clase, limando los últimos detalles antes del examen final. La puerta se abrió y ambos miramos a mi madre. Esta abrió la puerta completamente y sonrió.
— Me sentiría mejor si dejáis la puerta abierta —nos miró a ambos y me echó una
última mirada de cuidado con lo que haces.
Cuando ella se fue, miré a Taylor, este me miró y no pude evitar reír.
— Ella se cree que voy a violarte o algo, por eso lo de la puerta —negué con la
cabeza al igual que Taylor, que estaba sonriente.
Esperé a que Taylor guardara las cosas, y mientras lo hacía, sacó el tema del bonito apodo cariñoso que me tenía mi madre.
— ¿Por qué bichito de luz? —Taylor me miró y no tuve más remedio que contestar.
— No era un bebé muy bonito que se pueda decir, de ahí lo de bichito. Lo de luz llega
cuando fui la alegría de la casa.
Taylor sonrió. — ¿Ya no eres la alegría de la casa?
— No, ahora solo me dedico a hacer comentarios sarcásticos y ser una adolescente
enfadada con el mundo.
Taylor me miró sonriendo, como si la conversación le divirtiera. — ¿Por qué motivo estás enfadada con el mundo?
— Por cosas clichés.
— ¿Cosas clichés? —él se colgó su mochila pero ninguno se movió.
— Sí. Por ejemplo, ¿Por qué hacen los pantalones tan largos? Las bajitas tenemos que
llevar pantalón de sobra enrollado en el tobillo —Taylor se cruzó de brazos y me miró divertido—. O por ejemplo, ¿Por qué ahora hacen una talla treinta y seis como una treinta y cuatro? Y ya no te digo las injusticias que hay en el mundo.
Taylor soltó una carcajada. — ¿Ese es tu enfado con el mundo? Parece más un enfado con la industria textil y la sociedad.
— Sí, creo que es eso —suspiré.
Me quedé en la puerta y lo dejé pasar. — ¿Sales hoy?
— Aún no lo sé, solemos planearlo horas antes.
Mi madre no tardó en aparecer. — ¿Ya te vas? ¿No quieres quedarte a cenar? —la miré alzando una ceja.
— No señora, gracias —le sonrió.
— Bueno, sabes que cuando quieras, la oferta sigue en pie.
Mamá le sonrió antes de volver a la cocina. Miré a Taylor y él me sonrió. Abrió la puerta y salió. — Ten cuidado si sales hoy, Stella.
— Lo tendré, adiós —Taylor se despidió sin girarse y cerré la puerta.
Entré en la cocina y me crucé de brazos. Mamá estaba preparando la cena.
— Es muy guapo.
— Sí, lo sé.
— ¿Ya has coqueteado con él?
Moví mi cabeza confusa. — ¿Qué?
— Oh vamos, a ese chico le gustas.
Reí. — Mamá, creo que me ves con muy buenos ojos. Él es muy simpático conmigo pero…
— Aaron me contó que te acompañó a casa.
— Si bueno, pero eso no tiene nada que ver.
— ¡Claro que sí! Cuando yo era joven—
La interrumpí. — Oh vamos mamá, cuando tú eras joven las cosas eran muy diferentes.
— ¡No tiene novia, bichito! Es tu oportunidad.
Negué con la cabeza. — Lo he intentado, bueno no, yo no puedo coquetearle es...
— ¿Piensas que es superior a ti?
Llené mis mejillas de aire y después lo expulsé. — Sí, creo que es eso.
— Oh cariño, eres preciosa, puedes conseguir a quien quieras.
Ahora sí que iba a reírme.
— Un poco borde y seca, sí, pero cuando se te conoce eres una persona maravillosa
que está dispuesta siempre de ayudar a los demás, excepto a mí cuando limpio —sonreí—. No conozco a muchos adolescentes que les de comida a los vagabundos y se levanten en los transportes públicos para dejar sentarse a personas mayores. Solo tienes que ser tu misma con ese chico y dejar de temblar cuando estés con él.
— Supongo que tienes razón.
— Claro que la llevo y ahora, pon la mesa.
Estaba en el asiento del copiloto mientras esperábamos a Kathy. Yohanna tarareó la canción que estaba sonando en la radio y yo miraba i********:.
— Solo una clase —dijo Yohanna—. No hiciste nada de lo que apuntamos en la lista,
¿verdad? —Negué con la cabeza al ritmo de la música.
— No lo hubiera conseguido.
— Nunca lo sabrás porque no lo intentaste. Si no arriesgas no ganas.
— No me gusta perder.
Y ahí se quedó la cosa. La última clase con Taylor fue normal y llena de nervios por mi parte, era la última clase antes de mi examen final. Nos despedimos después de él desearme suerte y de decirme que me preguntaría por mi examen. Cuando cerré la puerta de casa me di cuenta de que quizás debería de haberme arriesgado. Esa loca idea se me fue de la cabeza cuando me di cuenta de que él podía rechazarme, y si él lo hacía, Yohanna tendría que venir con tarrinas y tarrinas de helado y recogerme del suelo.
Quizás esperaba encontrármelo este verano... ¿No?
Estaba tirada en la cama mirando a la nada, ignorando cuando mi móvil vibraba debido a los mensajes o notificaciones de cualquier red social. Quité el Wi-Fi para que no me molestaran. La puerta se abrió y vi a Yohanna. Ella se cruzó de brazos y entró en la habitación.
— Llevas una semana desaparecida.
— Lo sé.
— ¿No vas a levantarte de la cama?
— No.
Ni siquiera sabía cómo sentirme. Era la primera vez que experimentaba algo así. Había escuchado que enamorarse era algo increíble, bonito. Mentira si el enamoramiento no era correspondido. Una parte de nosotros busca ser amado y, a veces, nos enamoramos de la persona equivocada. He ahí mi caso.
Estaba triste, con un genio horrible y la pesadez en mi pecho no se iba. Todo había acabado y yo no podía dejar de mirar su f*******:.
— Ella, ¿Me escuchas? —Yohanna se sentó en mi cama.
— Estoy realmente mal, no sé qué hacer. Ni siquiera sé cómo reaccionar a estos
sentimientos. Me siento pisada, hundida...
— No seas exagerada —Ella movió su mano con desdén—. No ha funcionado el plan,
¿Qué le vas a hacer?
— Nada, pero me siento una fracasada ahora, ni siquiera he podido conseguir al chico
que me gusta. Que dirían las protagonistas de mis libros sobre mí.
— No siempre el chico guapo se fija en la protagonista.
— Siempre, en todos los libros que he leído.
Yohanna frunció el ceño. Ella no era mucho de leer. Sus ganas y las mías las tenía yo. Siempre iba con un libro a cualquier parte.
— Pues deberías de dejar de leer, eso solo te hace crear un mundo de fantasías. ¿Te
gusta mucho, verdad?
— Sí.
— ¿Por qué no aparecemos por los sitios por dónde sale? —comentó.
— No sé por qué sitios sale.
Miré a Yohanna, que estaba haciendo una mueca.
— Vengo a que te vistas para salir.
— ¿Y eso animará mi estado? Yo creo que es engañar a mi mente.
— ¡Deja de ser dramática, por favor! —Yohanna abrió mi armario—. Te pondrás
guapa y ligaras con muchos chicos.
— Como cada fin de semana —dije con ironía.
Ni las moscas se acercaban a mí.
— ¡No se te acerca nadie porque siempre vas con una mente negativa! —se alteró —.
Y siempre estás seria —sacó unos pantalones cortos.
— No sé bailar sonriendo. Pareceré idiota. —cogí los pantalones—. No voy a
ponerme estos pantalones —los tiré a un lado.
— ¿Por qué? —ella puso los brazos en jarra.
— Porque me hacen gorda —me tendí de nuevo en la cama.
— ¿Qué te qué? Estás loca. Necesito a la caballería pesada.
— Ni se te ocurra Yohanna —me incorporé pero mi amiga ya había salido de mi
habitación.
Seguramente para llamar a alguno de mis hermanos. Ellos me quitarían la ropa y me vestirían a la fuerza si hiciese falta. Aaron no tardó en entrar en mi habitación, seguido por mi amiga.
— ¿Qué te ocurre? ¿Por qué no quieres salir hoy?
— No me apetece, eso es todo.
— Dice que se ve gorda con esos pantalones —Yohanna señaló los pantalones tirados
en el suelo. Aaron los cogió y alzó una ceja.
— Niña —suspiró y se sentó en la cama—. Sé por lo que estás así, te has llevado la
mayoría del tiempo encerrada en la habitación desde que dieron las vacaciones. Que no le gustes a un chico, no es ningún problema. No se puede gustar a todo el mundo. Así que, vístete, sal y demuestra quien eres.
No es que el discurso de mi hermano me hubiera animado a salir, pero me vestí, me maquillé y me monté en el coche de Yohanna para ir donde habíamos quedado.
Había optado por un top n***o, unos pantalones vaqueros altos y ajustados y mis zapatos de tacón n***o. Esperé mientras Yohanna revisaba su maquillaje y me pregunté por qué yo no podía ser como ella. Guapa, alta, extrovertida, con unos ojos bonitos, simpática, alegre...
— ¿Nos vamos? —Yohanna me sacó de mis pensamientos y asentí.
Salí del coche y decidí que esa noche sería mi noche y que no me importaría nada.
Dicho y hecho. Chupitos, vodka e incluso tequila. ¿Demasiado? Un poco. Tenía un mareo que ni siquiera podía bailar, pero ya se ocupaba Mike, el guapísimo de ojos grises, amigo de Robert, en mantenerme de pie, o por lo menos se encargaba de mantener mi peso.
Intentaba bailar pero más bien parecía un pez moviéndose fuera del agua. Una foca retrasada o un gato cojo. Incluso el gato bailaría mejor que yo.
Después de decirle a Mike que iba al baño, me tambaleé entre todas las personas que allí había, empujándolas un poco para que me dejaran el camino libre. Intentaba no caerme con los tacones, aunque gracias al alcohol no notaba el dolor de pies.
Esperé la cola para entrar al baño y pensé en Taylor. Cuando había llegado, había estado mirando a mí alrededor por si lo veía. Como era normal, no lo había visto. Sentí la presión en el pecho y quise llorar. Llorar porque me gustaba un estúpido chico y ni siquiera era capaz de decirle "hola", ya que habían terminado las clases. También quería llorar porque me hacía pis y no sabía cuánto tiempo más aguantaría.
Y también quería llorar porque ni siquiera era capaz de dejar que Mike me entrara. Yo podría haber girado mi rostro unos centímetros y podía haber tenido sus labios sobre los míos. Pero no. Era tonta.
Yo quería los de otro. Me sujeté en la pared cuando me tocó entrar en uno de los servicios y con la vista borrosa cerré el seguro. Hacer pis borracha era una odisea.
Cuando salí, me miré al espejo para ver mi aspecto horrible. Lápiz n***o se acumulaba en mi lagrimal. Lo quité con mis dedos e intenté darle color a mis mejillas pellizcándolas. No servía de mucho, ya que mis ojos lucían caídos y cansados.
El alcohol me daba sueño, sí. A la gente la volvía con más ganas de fiesta y yo no podía con mi cuerpo. Cuando me lavé las manos salí del cuarto de baño y me dirigí de nuevo donde estaba toda la gente. Ese día podía tirar un alfiler a la pista de baile y se pincharían más de una persona. Me moví como pude entre la gente y choqué. Sentí algo frío recorrer la parte delantera de mi top.
— ¿Quieres mirar por dónde vas? —me gritaron.
Fruncí el ceño y miré al chico.
— Yo no soy quien ha tirado una copa —Ni siquiera sabía si el chico me entendía, ya
que no estaba vocalizando—. Ten más cuidado la próxima vez.
— ¿De qué vas? Ha sido tu culpa.
— ¿Perdona? —me señalé—. Mira, que te den.
— ¿Hay algún problema?
Miré medio ida hacia el chico y cuando vi el perfil de Taylor mi corazón bombeó con fuerza y mis bragas cayeron al observar lo guapo que venía y lo bien que le sentaba esa camisa.
— Me ha tirado la copa.
— Lo siento, no va muy bien. No volverá a pasar. ¿Quieres que te pague la copa?
Miraba a Taylor sin entender que estaba haciendo. — No, no importa —el chico me miró mal y yo lo miré peor.
— Vámonos —Taylor puso su mano en mi codo y tiró de mí, haciendo que mis pies
resbalaran y cayera hacia delante.
Intenté poner la mano en el suelo pero Taylor hizo fuerza en el agarre que ejercía sobre mi codo y casi me disloca el hombro al evitar que cayera. Me estabilicé poniendo mi mano en el brazo en el que él llevaba su bebida, gracias a dios casi vacía.
Miré mi mano sobre su brazo y después lo miré. Él me miraba serio. Quité mi mano de su brazo y él dejó mi codo poco a poco. Le sonreí.
— Gracias. Siempre estás en el momento indicado —reí—. ¿Me estas acosando?
Taylor se relajó y rio. — No, no te estoy acosando. Deberías de dejar de meterte en problemas.
— Problema es mi segundo nombre —Taylor volvió a reír y negó con la cabeza.
Una chica puso su mano donde yo segundos antes tenía puesta la mía. Taylor se giró y le sonrió a la chica. Ella puso una de sus manos en el cuello de él y sus labios tocaron su mejilla. Miré la mano de él sobre la cintura de ella, tan sutilmente puesta que sentí envidia.
Shut up and dance empezó a sonar, seguido por el bullicio de la gente. Moví mi cabeza de un lado a otro, aún me encontraba allí, viendo como Taylor le sonreía a esa chica mientras hablaban.
Giré mi cabeza y localicé a mis amigos, o bueno, a los amigos de Robert. Yohanna me mataría si se enterara que desaprovecharía una oportunidad como esta, pero estaba siendo ignorada debido a una chica castaña con pelo lacio y bonita sonrisa.
Me giré y sentí unos dedos en mi codo, Taylor me había apretado amistosamente sonriendo en señal de despedida. Le sonreí de vuelta y me giré. Mi mente daba vueltas y tenía una sensación horrible en mi cuerpo.
No bebería más en mi vida.
Cosas que se dicen cuando una va borracha pero que nunca se cumplen. Yohanna estaba bailando con Robert y alguien tocó mi hombro. Jack.
— ¡Cuánto has tardado! —rio—. ¿Te has tirado a alguien en el baño? Deberías de
haberme avisado, me gustan los tríos.
Fruncí el ceño. — Lo que he tirado es el tampax en la basura, Jack. Si quieres la próxima vez te vienes y me lo sacas.
Mike, Tom y Liam, que estaban pendientes a la conversación soltaron una carcajada. Incluso Jack.
— Eres muy borde, has dañado mi corazón —Jack dramatizó poniendo su mano en el
corazón.
— Oh vamos, Jack. La chica te ha puesto en tu sitio, te lo merecías.
¿Se lo merecía? No lo sabía. Pero no podía mantener mi boca cerrada esa noche.
— ¡Vamos a pedir otra ronda de chupitos! —animó Liam—. Vamos a la barra y
dejemos aquí a los tortolitos —miré a mi amiga que besaba a su novio muy apasionadamente.
Mike puso su mano en mi espalda y me guio a la barra. También iba agarrada a la mano de Tom para estabilizarme.
No, no me desperté con un dolor de cabeza como la mayoría de los adolescentes cuando beben como si no hubiera mañana. Bien por mí. Cogí mi móvil, que estaba encima de la mesita, ya era por el mediodía. Sonreí al leer algo gracioso en twitter.
‹‹Problema es mi segundo nombre›› recordé.
Dejé de sonreír. ¿Yo le había dicho eso? Él móvil se me cayó en la cara y me quejé. ¿Por qué siempre aparecía en el momento justo? Eso me hizo sonreír, pero una sensación de incomodidad se apoderó de mí. ¿Había sido tonta ayer hablando con él? Él había dicho que yo iba mal. Claro, estaba borracha y él me había visto así. ¿Qué pensaría de mí?
Podía meterme debajo de la cama y no salir en un tiempo de la vergüenza.
Junté mis labios en una fina línea y recordé a la chica castaña. Debería de ser tan atrevida como ella.
De todos modos, no podía lanzarme si no le gustaba. No iba a lanzarme en vano. Recordé como de serio me miró cuando me agarré a él. Junté mis labios en una fina línea y cerré los lados de la almohada para que quedaran encima de mi cara.
— Mierda —jadeé—. Soy una estúpida.
Quité los brazos de la almohada y dejé que ambos lados cayeran. Respiré y pensé en Mike. ¿Lo había molestado demasiado? Estuve la mayoría de la noche agarrada a él para mantener mi equilibrio, aunque no se quejó. Demasiado amable y simpático para decirme algo.
Miré en mi móvil las fotos de anoche y sonreí. Después de editar la foto que más me gustaba, la subí a i********:, compartiéndola con f*******:.
Miré el icono de la lupa en i********: y le di. Busqué el nombre de usuario de Taylor y vi que no había subido ninguna foto nueva. Odiaba a esa gente que no actualizaba a menudo su perfil, sobre todo si era mi stalkeo de interés diario.
Olí mi pelo. Alcohol y tabaco. Necesitaba una ducha. Me levanté de la cama y cogí todo lo necesario para mi ducha de post-fiesta.
Mientras me duchaba mi mente no dejaba de pensar en mí y la imagen que Taylor tendría sobre mí. Una chica de dieciocho años borracha.
Un punto menos para mí, supongo. El destino estaba jugando conmigo, se suponía que ayer no tenía que encontrármelo, por eso bebí. Porque quería olvidarlo. No funcionó. El alcohol no te hace olvidar, vaya estupidez