UN SIMPLE FAVOR

718 Palabras
No sé si ha sido una buena idea traer a Caeli a la casa, pero ella no quería ir a la suya y puedo entenderla, esta dolida con él. Coloco el hielo en la bolsa y regreso al salón, la veo sentada en el sofá y no deja de llorar, algo que realmente me da pena. Nunca entendí como los hombres pueden engañar a quienes dicen amar, y es que cuando Aria vivía, yo no tenia ojos para nadie más. Ni siquiera se me cruzaba otra persona por la mente, esa es la realidad. Me acerco, me siento a su lado en el sofá y con cuidado tomo su mano para colocar el hielo. No sé muy bien que decirle, y es que se ve tan triste que comprendo que cualquier cosa que salga de mi boca posiblemente parezca una estupidez. —¿No me vas a preguntar nada? —inquiere ella rompiendo el silencio. —No sé qué se supone que debo decirte… tal vez puedo preguntar ¿Qué tanto te duele la mano? —digo un poco confundido. —No tanto como me duele el corazón —dice y resopla—. Te juro que me siento una pelotuda tremenda —continua y no puedo evitar reír al escucharla hablar así. —¿Pelotuda? —cuestiono y la miro a la cara. —Una especie de auto insulto nuestro —explica. —¿Y que tan fuerte es? —presiono mientras sigo sujetando el hielo y moviéndolo por momentos. —Un nivel más que boluda —explica. —Entiendo… ¿y porque dices que eres una pelotuda? En realidad, el pelotudo es él por haberte engañado, ¿no? —comento un poco confundido. —No cuando te mete los cuernos con tu mejor amiga y vos no te das cuenta —resume dejándome sin palabras. —Guaooo… —sale de mi garganta. —¿Podes creerlo? Entro a mi pieza y los veo comiéndose la boca… por si fuera poco, él le estaba arrancando la ropa, ¡iban a coger en mi pieza, en mi casa! —dice y las lagrimas vuelven a escapar con más fuerza. —¿Por eso no quisiste ir a tu casa? —inquiero preocupado. —Todos se enteraron, ¿entendes? Les grite tanto que todos vinieron a ver que pasaba, inclusive mi papá… no me siento lista para volver a verlo —comenta. —Pero tu no hiciste nada malo, fue ese… idiota —digo dudando de cómo debería llamarlo. —Si, pero a la que dejaron como una estúpida fue a mi —insiste y es triste verla así. —¿Y que harás ahora? —averiguo y reacomodo el hielo. —Irme a un hotel en el pueblo o algo, no puedo volver a casa esta noche —dice triste. —Es muy tarde, la ruta es peligrosa a esta hora, y te aseguro que los pocos hoteles que hay tienen la registración cerrada —le explico y me mira. —Lo sé, pero no quiero ver a nadie —insiste. —Me estás viendo a mi —bromeo y consigo que esboce una forzada sonrisa. —Vos no contas… apenas me conoces y no sabes la cantidad de boludeces que hice por ese estúpido —comenta y la miro con dudas. —Ahora tengo curiosidad —admito y vuelve a sonreír. —Si me dejas quedarme acá te cuento todo —negocia. —Vaya… ahora entiendo porque llevas muchos asuntos de la estancia, eres una buena negociadora —bromeo. —Cuando vivís acá en el campo te toca ser un poco más fuerte, eso es todo —se defiende. —Puede ser, y en esta ocasión ganas… no puedo decirte que no —comento. —¿Por qué soy tu jefa? —averigua y niego. —No, porque sé lo que se siente no tener ganas de ver a nadie —digo y suelto el hielo—. Buscare algo de ropa para darte, puedes dormir en mi habitación, yo me dormiré aquí en el sofá —digo y me levanto del sofá. —Kian —me llama antes de que siga mi camino. —¿Qué? —Gracias… —susurra y asiento. —De nada —respondo, aunque en realidad esto lo haría por cualquier persona.
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