—Por favor, ya no me digas más—le suplico, ya que con lo que he oído es suficiente para querer asesinarlos con mis propias manos, escuchar como sus cuellos se separan de su cabeza con el filo de mi espada. —Capitán—escucho la voz serena de mi comandante, a quien con esta ocasión solo he visto y tratado tres veces. El hombre se aproxima hacia nosotros, por lo que me veo forzado a levantarme de la camilla y mostrarle mis respetos— es bueno saber que sigue vivo, pocos logran salir de prisión de pie y por lo que veo, usted llegó hasta aquí por su propio pie. —Lamento haber desobedecido su orden, señor—expreso apenado con él, aunque lo cierto es que miento, en mis palabras, no me arrepiento, aunque la piel de mi espalda esté destrozada. —Espero que esa semana en prisión te enseñara que no pu

