—¡Déjenla ir! —Azin gritó—. Lleva un cervatillo. Da mala suerte matarla.
Levantó el ala y dejó pasar a la criatura. Una segunda se escabulló, sus buenos reflejos le permitieron sacarle ventaja. Immanu le había sermoneado para que no permitiera que los guerreros mataran a toda la manada. No más de un tercio o Ella-Quien-Es los castigaría por su avaricia negándoles la carne el año siguiente. Mikhail hizo un recuento aproximado y calculó que casi habían logrado su objetivo. Quizá podían cazar unas pocas más.
Un grito espeluznante atravesó el aire, no un grito de gacela, sino un grito humano, mezclado con un rugido estremecedor. Pero, ¿dónde? Miró a los guerreros. Equipo A... diez hombres. Equipo B... Siamek dejó de matar gacelas y señaló la estrecha península donde había desaparecido Firouz
