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David
-Ibiza- Al día siguiente.
Alegra abre la puerta de la casa mientras yo traigo el brazo vendado sobre un cabestrillo y la pierna completamente vendada. Ella, viene empujando una silla de ruedas que me hace sentir ridículo, tonto e inútil. Detrás de nosotros, vienen dos personas cargando las maletas con la poca ropa que pudimos traernos de Madrid.
Después de largas horas en el hospital y de, literal, obligarme a que le hiciera caso, Alegra me convenció de venirnos a Ibiza y quedarnos aquí por el tiempo que fuese necesario para aliviar no solo las heridas sino, espera a que el agua se tranquilizara para ver un poco más claro. Sin embargo, me siento terrible, ya que mi Alegra renunció a su trabajo sin antes ejercerlo.
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