—Tú puedes. La frase de ánimo me parece brutalmente sobrevalorada porque seguramente quien la inventó no estaba a punto de reunirse con un hombre como Evan Roberts. Gimo al morderme los labios, ahogando un alarido de pánico e impotencia porque sé que debo acudir a la cita. Es eso o atenerme a lo que sea que Evan tenga pensado hacer. Luego de lo ocurrido en el departamento ya no puedo estar segura que siga siendo discreto. «¿Qué ganas?» quisiera preguntarle. —Humillarme —susurro—. Elevar tu ego. ¡Cómo si necesitara acudir a mí para eso! Empero, no tengo más opciones y ahora mismo ni siquiera se me ocurre otro motivo por el cual él haya soltado ese ultimátum. Las manos me hormiguean hasta que soy capaz de sentir agujitas de dolor debajo de las palmas, casi tan penetrantes como el odi

