La sonrisa que me dirige la vendedora es la más amigable que he recibido en mucho tiempo. Y es falsa. Es la misma mueca que les dedica a todas las entusiastas novias que transpiran felicidad mientras firman la factura del vestido que usarán en el día más feliz de su vida. Cambio el peso de mi cuerpo varias veces, exasperada por la lentitud de la dependiente mientras me va explicando los términos de compra, me perdí la mayoría a partir de que comenzó a hablar de los arreglos. Está claro que ningún vestido está hecho para alguien, así que me limito a esperar que Patricia esté poniendo más atención que yo a la exposición, solo así sabré con exactitud los días en que tendré que presentarme ante la modista. Cuando por fin tengo la oportunidad, estampo mi firma en el recibo, busco un cheque

