Capítulo 2. Verdadera madre.

2410 Palabras
Vanessa Thompson. Cold Spring es justo como lo imaginaba. Un lugar aparentemente tranquilo. El tiempo de viaje me hizo, en parte, relajarme. Mi cabeza sigue doliendo, es imposible que deje de hacerlo si no paro de darle vueltas a todo, pero es como si me estuviera acostumbrando a ese dolor. —Te va a encantar la casa de Nana. Tiene una pequeña arboleda al fondo, repleta de árboles frutales y un claro en medio donde podemos hacer picnic, porque hay un pequeño lago. El entusiasmo de Angie es adictivo, pegajoso, pero no es suficiente para aliviar mis ánimos. Solo que, por ella, soy capaz de sonreír al menos. —Estoy segura que así será —susurro, dándole una mirada cuando nos detenemos en un alto, antes de tomar la carretera que supongo nos llevará a la propiedad de su nana. Unos minutos después, nos adentramos en una hermosa y amplia propiedad, con una casa de esas hermosas y acogedoras que invitan a la paz, la tranquilidad. La cerca que la rodea, el techo a dos aguas, el color blanco impoluto con los tonos tierra que tan bien contrastan. Es una maravilla de casita. Y lo mejor de todo es el bosque frondoso que la rodea. No solo tiene una arboleda en la parte de atrás, visible desde la entrada, sino que a cada lado también hay mucho verde. Angie detiene el auto frente a la verja y al instante, la puerta de la casa se abre y sale su Nana, con una sonrisa de oreja a oreja y sus brazos abiertos en señal de recibimiento. Nos bajamos y nos damos un gran abrazo. Hacía años que no veía a la nana, creo que era una niña la última vez que la vi. —Querida Vanessa, ya eres toda una mujer —murmura, rodeando mis mejillas y dirigiéndome una dulce sonrisa con ojos brillosos—. Ya estás en tu nueva casa, es una alegría para mí recibirte. Mi estado de ánimo, del momento y de los últimos días, sale a relucir. Y en sus brazos, aún fuertes, pero agradables y cálidos a la vez, cierro los ojos e inhalo profundo para controlar mis emociones. —Gracias, nana —susurro, relajándome lo más que puedo. Sobre todo porque a partir de hoy y hasta no sé cuándo, este será mi hogar. Lejos de él, pero más cerca de lo que cree. En un lugar hermoso, tranquilo, que quizás logre ayudarme a sanar mi alma y mi corazón hecho pedazos. *** Pasa toda una semana antes de que me decida a ir a la consulta con el ginecólogo. La cita fue pospuesta al menos dos veces, cuando Angie me preguntaba y en mi cara veía que no estaba siendo fácil para mí. Sí, estoy embarazada y amo a este pequeño que llevo dentro aunque todavía no se ha confirmado oficialmente su existencia. Aunque su padre ahora mismo sea considerado el peor error de mi vida. Las náuseas ahora hacen de las suyas. Cada mañana me levanto y lo primero que veo, cuando abro los ojos, es el retrete. Y solo por eso, cedo ante Angie para ir a la consulta. La clínica del pueblo es pequeña, pero está bien equipada. Al llegar, siento unos nervios horribles. Odio los hospitales y todo lo que tenga que ver con esto. Pero todo pasa bastante rápido y no estamos tanto tiempo en este lugar. El doctor, al hacerme las preguntas de rutina, decide hacer solo unos análisis que confirmen el embarazo. Todavía debo tener unas pocas semanas y me recomienda esperar al menos otras dos para hacerme la ecografía. Y como ya esperábamos, da positivo. —No tenía dudas, pero bueno, ya es oficial. Voy a ser tía —exclama Angie cuando vamos de regreso. Yo no he dejado de mirar por la ventanilla, a mi nuevo hogar. Un lugar que me gusta, pero que no es a lo que estoy acostumbrada. Sobre todo, porque llevo unos dos días pensando en algo. ¿Voy a dejar todo de lado solo por evitarlo? Mi vida, mis sueños, mis nuevas metas. No es que yo haya tenido una gran vida, muy lejos de eso está si vamos a lo que de verdad importa. Pero siento que me estoy escondiendo y que si me lo permito, pasarán los años y seguirá siendo así. —Angie, si te dijera que quiero irme del otro lado del país, ¿pensarías que estoy loca? —Te diría que huir no es la solución permanente. Me trago un suspiro. —Esconderme tampoco, lo sé. Pero, ¿estaría mal alejarme de todo, comenzar una nueva vida en un lugar que me dé paz? El silencio de Angie me permite pensar. Me imagino un lugar en el que pueda tener eso que tanto ansío y en el que no sienta que me estoy escondiendo. Solo una imagen se muestra ante mí. Un inmenso mar, azul, brillante. Una ciudad hermosa, colorida, diferente. Ahí no me estaría escondiendo. Definitivamente. —No, no estaría mal. ¿A dónde quieres ir? La miro. Ella desvía su atención de la calle solo por un segundo. —A San Francisco. Angie vuelve a mirarme y se ríe. Es una de sus sonrisas sarcásticas. —Me gusta tu idea. Pero ya que dejas todo esto aquí, ¿estás segura que quieres exponerte así? Allí está su familia. Vuelvo a mirar por la ventanilla. —La ciudad es grande. Y me gustaría creer que mi necesidad de huir de él no durará tanto. Por más que quiera olvidar que Chase fue parte de mi vida, esconderle mi embarazo es injusto de mi parte. Angie suelta un suspiro dramático. —Sí, demasiado injusto —declara, con tono cansado. Se queda pensativa unos segundos y luego cambia de tema, más animada—. Por otro lado, allá tengo un conocido que puede ayudarme con lo que antes te comenté. Si te interesa de verdad establecerte en San Francisco, podemos poner el plan en marcha. Le sonrío. Si no me he vuelto loca estos días es porque no he dejado de diseñar. Todo lo que siento lo estoy volcando en la primera colección de lencería que estoy haciendo. No sé si es que al tomar el lápiz, dibujar con fuerza sobre el papel se vuelve liberador. No sé si es que llevo tanto tiempo encerrada, emocional, física y mentalmente, que se siente alivio al ver el resultado de mi trabajo. Algo hecho por mí. Mis diseños se sienten como palabras. Y no, no importa que solo esté dibujando lencería, cada trazo cuenta una historia. Mi historia. —Eso me gustaría —susurro, con mis ojos húmedos por la emoción. Mi voz casi rota llama su atención. Me mira y sus ojos al instante se llenan de lágrimas también. Me sonríe con sentimiento. —Estoy contigo, mi Vane. Vamos a salir de esto. Cuando todo acabe, seremos más fuertes, más empoderadas. Nada ni nadie contra nosotras. Extiende su mano y cubre la mía, que descansa sobre mi muslo. —¿Cuándo empezamos? —pregunto. —En cuanto lleguemos hago esa llamada —declara y me guiña un ojo. Vuelve su atención a la calle mientras conduce y yo recuesto mi cabeza al asiento, ahora un poco más calmada. Puede que no todo esté perdido. Me entusiasma cumplir mis sueños y sé que, de comenzar a cumplirse, me hará más fácil superar los obstáculos. *** Otra semana lejos de todo. Todavía no es sencillo, pero ya voy tomando el paso. A diferencia de los primeros días, esta vez no me quedo en la casa sin ganas y ánimos de nada. Salgo con Angie cada vez que debe ir al pueblo, hacemos picnic frente al lago y comienzo a sonreír más seguido. Por las noches, cuando me cuesta conciliar el sueño, decido desahogarme una vez más con el papel en blanco y mi lápiz en mano. Pero no todo puede ser buenas noticias. Y por más que se trate de huir, de dejar atrás lo que nada aporta, cuando se trata de la familia, es imposible. —Vanessa... —levanto la mirada del cerdito de ganchillo que estoy haciendo y veo a Angie en la puerta mosquitera del salón, mirándome con cara de circunstancias. Los latidos de mi corazón aumentan su ritmo y aunque no tengo motivos aparentes, sé que algo pasa y eso me pone así. La ansiedad, los nervios...el miedo, me absorben. —¿Qué pasa? —logro preguntar, aunque debo tragar el nudo en mi garganta antes. —Esta mañana recibí una llamada de mi madre, que alguien había tratado de contactarme y dejó un número para que la regresara cuando supiera... —Hace una pausa y eso me descoloca más. Sé que Chase me está buscando, es algo que hemos hablado, así que este misterio es por otra cosa—. El número es de Italia. Y, básicamente, me contactaron para dar contigo. Me quedo sin aliento en un instante. Lo que tengo en las manos se me resbala un poco porque mis manos de repente no tienen fuerza. —¿Italia? No conozco a nadie allá, sabes que nunca he salido del país. Angie suspira y se acerca a mí. Llega a mi lado, me quita el muñeco de ganchillo de la mano y la rodea con una de las suyas. Su mirada no me gusta. Hay algo que está mal. —Era para informar sobre el estado de tu padre. La voz era de una mujer y se notaba... —frunce el ceño— afectada. Callum tuvo un accidente hace unas semanas atrás, casi muere. Pero lograron estabilizarlo y ahora lo tienen escondido en una clínica privada, mientras se recupera. Escucho el nombre de mi padre y es como si alguien me congelara la sangre de las venas. No sé si lo que siento es...¿qué es? Mi padre forma parte también de esa familia que nunca me dio nada, más que una estricta educación. Pero jamás, el lugar que debería tener como su hija. Ni a mí, ni a Violet. —¿Accidente? —pregunto, aturdida. Luego levanto la mirada, busco los ojos de Angie, al notar algo en lo que dijo—. ¿Por qué está escondido? Muerde su labio antes de responder. Y sé que no dirá algo bueno. —Porque no fue un accidente, Vanessa. *** Nunca antes había salido del estado siquiera, con Chase conocí una parte del país más allá de las fronteras de New York. Ahora, estoy sobrevolando el océano Atlántico, rumbo a Europa, para ver a mi padre. Es algo irónico, porque él jamás ocupó su tiempo ni su atención en al menos preguntar si estaba bien. Y ahora yo estoy atravesando medio mundo para verle. Es una locura, ¿accidente provocado? Quién haría algo así y por qué. Por más que pienso, solo dos nombres vienen a mi mente y me asusta lo que eso me dice. Steve y mi madre, Valentina. Mejor llamarla por su nombre, porque el papel de madre le queda demasiado grande. Son ellos los que vienen a mi mente cuando pienso en lo retorcido que es eso. Pero, quién más se beneficiaría de la muerte de mi padre. Es más, aunque quedara vivo, ya él cedió la empresa a Steve. Ni eso podrían quitarle, porque ya no tiene nada. ¿Entonces? Angélica viene conmigo, no podía ser de otra forma. Por supuesto, viajamos en un avión privado que no sé si es de mi padre o no, pero que agradezco, porque también me consta que Chase está buscándome por todos lados y mi foto en un maldito aeropuerto sería suficiente pista para él. Y no estoy lista aún para volverlo a ver. Todavía el solo imaginar un encuentro, me hace temblar. Todo mi cuerpo. Porque sí, puede que haya pasado poco tiempo, pero yo me enamoré como una estúpida de él. Y ahora cada cosa que pueda incluirlo hace mi corazón latir con fuerza, mi pecho apretarse, mis manos sudar. Me digo que son las hormonas del embarazo, pero las lágrimas que dejo salir en las noches, de vez en cuando, son prueba infalible de eso. —¿Cómo te sientes? —pregunta Angie, reclinada en la silla de cuero frente a mí. —Ahora estoy un poco mejor —aseguro, no tengo motivos para mentir. Al subir al avión, no sé si por nervios o que mis náuseas son selectivas, un asco constante me tuvo casi que de rodillas en el baño. Y todavía llevo una bolsa en la mano por si debo vomitar una vez más y no me da tiempo llegar al servicio. —Ya casi llegamos –dice, para tranquilizarme, cuando ve que sostengo la bolsa con fuerza. Todo el viaje, Angie ha mantenido una extraña expresión, una mirada que me avisa de que algo sucede y no me ha dicho. No es tan buena disimulando como cree. La conozco de toda la vida. Y aunque ella está actuando como la hermana que es para mí, también me ve como su paciente y eso no me molestaba hasta ahora. —Angelica... —la llamo por su nombre completo y ella finge que no sabe lo que diré—. Pasa algo y no me quieres decir. Tiene un tic en el ojo cuando intenta mentir, por eso sé que lo que dirá a continuación es más falso que las extensiones que lleva puestas. —No sé de qué hablas... —Desvía la mirada. —Es mejor que me digas la verdad ahora. ¿Qué está sucediendo? ¿Qué me voy a encontrar? Si me dices que mi padre no sobrevivió, yo...puedo entenderlo, no voy a tener una crisis. —¿Qué? ¡No, no! No es eso, tu papá está bien. En recuperación, pero bien. Dejo salir el suspiro de alivio. Esa posibilidad estaba y aunque al final entendería, sí que me afecta. A fin de cuentas es mi padre. —¿Entonces? Angie duda. Muerde su labio y maldice en voz baja. —Esto no debería decírtelo yo, pero conociéndote, creo que viniendo de mí será menos invasivo. —Me estás asustando... –¿Recuerdas que te dije que una mujer era la que se había puesto en contacto conmigo? Asiento. Mis manos se mueven a los reposabrazos de la silla. Mis dedos se acerran al cuero hasta que se ponen blancos. —Bueno, pues...ella es...es tu madre. Tu verdadera madre.
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