Brittainy Stewart. Llego a la recepción y está la enfermera que tiene en gran estima a mi madre, ella nos ha brindado ayuda desde el primer día que nos vio. Mi cara de angustia debe ser demasiado evidente, porque ella no espera que llegue hasta su lugar y se adelanta. Intenta decirme algo, pero en este punto yo no soporto la angustia y siento que los nervios están acabando conmigo. Necesito noticias y las necesito ya. —¿Qué está pasando? —pregunto, con la voz temblorosa y llegando ante ella casi que jadeando. Mi pecho duele, la respiración se siente pesada y en cualquier momento podría caer al piso, porque las piernas están por fallarme. —Calma, Brittainy, todo está bajo control —pide, con su tono siempre conciliador, pero no entiendo todavía como los médicos y trabajadores de aquí p