Fueron días de angustia para Olivia, Harald no la dejaba salir de su habitación, delante de todos dijo que era libre, pero en la intimidad le dejó en claro que ella solo era una esclava más, estaba prisionera en su propio reino, escuchó por la boca de unas sirvientas, que algunos aliados a su fallecido padre, trataron de tomar el castillo, pero que Harald los aniquiló a todos, que los vikingos peleaban como bestias del demonio, y que al final Harald consiguió una reunión pacifica con el rey de Wessex, eso abatía a Olivia, si Wessex se aliaba a Harald, entonces, todo estaba perdido.
Fueron noches sin dormir, y una noche mientras se preparaba para acostarse, una esclava entró a su habitación y la miró con ciertos celos.
—Su majestad quiere que vaya a sus aposentos.
—¿Está aquí?, ¿Qué no volvía hasta mañana?—Preguntó Olivia muy sorprendida, había escuchado las campanas, pero no creyó que fuera él, en su corazón ella tenía la esperanza de que fuera su preciado hermano, Edward, quien había salido días antes del ataque y de la toma del reino, ella esperaba que él llegara con todo un ejército para rescatarla.
—Acaba de llegar y quiere verla.
Olivia se mordió el labio, tratando de controlar el miedo que tenía, no quería enfrentarse de nuevo a ese hombre, estaba tentada a dejarse mori*r y por fin acabar con este tormento, pero no era tan cobarde, daría pelea hasta el final.
Asintió y se puso una bata roja, se hizo su larga cabellera a un lado y caminó con sus pies descalzos hasta la habitación del rey, al entrar se quedó echa piedra al verlo, estaba totalmente desnudo, listo para ir a bañarse.
La puerta detrás de Olivia se cerró y ella pegó un brinco.
Estaba sola con aquella bestia.
—¿Me extrañaste mi señora?.
La cabeza de Olivia daba vueltas, tal vez era debido a su cansancio que ella no razonaba con claridad, pero por algún motivo, Harald le pareció demasiado atractivo, su físico tan perfecto y varonil, y esos ojos azules que eran tan penetrantes, se sentía mortificada.
¿Cómo podía ver a ese hombre con deseo?, era un asesin*o, un hombre frio y despiadado, su interior se llenó de furia.
—¿Por qué razón extrañaría a un hombre como usted?.
Harald sonrió, durante estos días fuera de Sajir, no dejó de pensar en la dulce mujer que lo esperaba, en su mirada llena de desprecio y en sus finos labios que solo lo atormentaban.
—Pareces enfurecida, se como contentar a una mujer, puedo hacerte reír si quieres.
—¿Esta alardeando de algo?.
Harald caminó hasta ella y la miró de cerca, Olivia no quería demostrar que se moría de miedo, aunque estaba segura de que él ya lo sabía, ya sabía lo que provocaba en ella.
—No me gusta presumir, pero ninguna mujer se a quejado de mi.
—¿Y está seguro que las escucha hablar o solo finge que lo hace?.
Una carcajada resonante inundó aquel lugar haciendo a la pobre chica saltar de miedo.
—Tu lengua filosa, será tu perdición fierecilla.
—Si va acabar conmigo, hágalo de una buena vez, os ruego que deje de torturarme.
Harald enarcó una ceja y negó. —Quiero tomar una ducha, necesito que me atiendas.
Lo miró girarse y desvió su vista de esa perfecta espalda. Lo siguió hasta el baño y lo miró meterse en una enorme tina de agua fría, ¿Acaso estaba loco?.
Él respiró hondo más no hizo gesto de desagrado, recargó la cabeza y Olivia pudo ver el cansancio que él acarreaba.
—Báñame, me duele todo.
—Me llamas señora, pero me sigues tratando como una sirvienta, quiero que me dejes libre o que termines de una vez conmigo.
Harald no se inmutó. —Ven aquí ahora—Dijo con una voz tranquila.
Por un momento Olivia pensó en lo que iba responderle, pero al ver la dureza implacable de su mirada, supo que no daría pie a una discusión.
Caminó a paso lento hasta que llegó a la tina de baño y Harald la guio con la mirada, mostrándole que debía de hacer a continuación.
Con sus suaves manos tomó el estropajo para el cuerpo y miró titubeante al hombre que esperaba por ella.
Se sentó sin tocar el piso y metió sus manos en el agua fría, un escalofrío la invadió, estaba muy cerca de ese hombre, podía ver su cabellera larga, esa barba que no era igual a la de los hombres ingleses y la suciedad de su piel.
Aún debajo de todo eso, él se veía sumamente apuesto, tan imponente y mortífero, aun sin su armadura o sus arma*s era un hombre peligroso en todos los sentidos.
—Mis hombres creen que la hermosa Freyja ha reencarnado en ti, nunca habían visto mujer más hermosa, yo creo que exageran.
—¿Quién es Freyja?—preguntó Olivia mientras contemplaba los hermosos ojos de Harald.
—La diosa del amor y la belleza…
Olivia se puso rígida cuando la enorme mano de Harald la tomó de la nuca con fuerza. —Hechicera, no uses tus embrujos en mis hombres o en mi.
—No soy una hechicera, ni tampoco soy esa diosa tuya— dijo ella y trató de alejarse pero la fuerza de Harald no era algo fácil de combatir.
Estaban tan cerca que podían compartir el mismo aliento, Olivia sentía el calor que emanaba de ese hombre, lo cual era extraño, pues él estaba en agua fría, sentía el rubor en sus mejillas y el temblor de sus manos.
—Es verdad, no lo eres, solo eres mi esclava.
Olivia apretó los labios y lo miró con furia. —Juro que vas a pagar todo lo que has hecho.
Harald sintió como algo en su entrepierna se tensaba, si ella fuera como las demás muchachas ya se hubiera abierto para él sin la necesidad de tanta discusión, pero ella era tan testaruda y respondona, lo que mas le gustaba de ella, es que tenia valor, no tenia nada, y aun así continuaba a la defensiva, llevándolo al limite sin miedo a las represalias, eso lo excitaba más que navegar en medio de una tormenta, ella despertaba sus instintos mas primitivos y dolía, su virilidad dolía porque quería ser liberado de toda esa presión que se concentraba en sus testículo*s.
Tampoco era ajeno a su sentir, por supuesto que ella debía de estar muy enojada, le había quitado su reino, a su padre, a su gente y estaba en busca de su hermano, si, ella tenía razones de sobra para estar molesta, y él solo se preguntaba, ¿Cuánto tiempo iba a durarle ese enojo?.
La liberó de su agarre y ella respiró con fuerza, estaba por incorporarse cuando él habló de nuevo.
—No te he dicho que te vayas.
Ella solo apretó los puños y no le quedó de otra que tomar aquel estropajo y empezar a tallar con dureza el cuerpo de ese guerrero desalmado.