—Ayer te dije Amalia, que cuando volviéramos a estar juntos te follaría sin piedad, hasta dejarte sin respirar. Esas palabras hacen, que mi corazón se acelere. Sebastián me observa, esperando una respuesta de mi parte pero, no tengo nada que decir en verdad deseo que me dé duro. Tomo su rostro con mis manos, y lo llevo a mi boca para besarlo, mientras acaricio su espalda. Sebastián suelta mis labios, para después besar mi cuello, su respiración agitada hace que me vuelva realmente loca de placer. —Dime que eres mía, Amalia y de nadie más. —Y que, si no lo hago —digo entre gemidos. Sebastián saca su pene, y lo introduce en mi sexo sin piedad, causándome dolor y placer al mismo tiempo. —Dímelo, Amalia, o no te dejaré que salgas de aquí, y nos perderemos la fiesta de Mario. —Entonces,